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12 diciembre 2005

Más de HAT

En el post anterior publiqué un fragmento de una excelente nota publicada en Brecha el 9 de octubre de 1998, en su edición 671, firmada por Inés Peñagaricano. Pensándolo bien creo que merece ser publicada completa.

UN HOMBRE LLAMADO SOMBRERO

Desde sus primeros pasos en pantalón corto por Cine Radio Actualidad hasta hoy, Homero Alsina Thevenet, HAT, dirigió varias revistas, descubrió a Bergman, construyó un estilo propio de periodismo crítico, enamoró a Marlene Dietrich y conoció a Louis Armstrong.
Tambien desparramó toneladas de datos fehacientes y acumuló dos tomos de datos inútiles, fue jurado, fue premiado, fue admirado, detractado y temido por su erudición insolente, su rigidez implacable, su ironía filosa como un cuchillo y su dedo en alto. En los ratos libres publicó 19 libros en Uruguay, Argentina y España y demostró que no es tan feroz el lobo como lo pintan.
Está en el negocio desde los quince años. Nunca fue a la Universidad, pero sabe más que nadie de la industria de Hollywood, de la caza de brujas, la censura y Chaplin, entre otros temas que ha desmenuzado y archivado en su memoria de paquidermo.
Maniático de la precisión idiomática, la exactitud del dato y la economía en el lenguaje, acérrimo enemigo de la primera persona, cultivador de la distancia en el trato, HAT no puede evitar, sin embargo, que tanto en su estilo aséptico e intachable como en su ríspida imagen de genio cascarrabias y sabelotodo se cuele un aire que tiene mucho que ver con la ternura. Sabe que este país sin industria cinematográfica puede preciarse de haber producido a los cronistas más lúcidos del continente y con una inmensa modestia que bordea peligrosamente a Narciso, Homero Alsina Thevenet dice: "Yo soy famoso, pero nadie lo sabe".

UN APAGON, UNA BICICLETA Y UN CARNE
HAT nació en Montevideo el 6 de agosto de 1922. Su madre, Judith Thevenet, era maestra y su padre, Eugenio Alsina, un alto funcionario en la sección Espectáculos Públicos del Municipio, crítico teatral y director del suplemento dominical del diario El Día, durante 38 años. Ambos tenían ya otra hija, Mireya, y se separarían siendo Homero todavía niño. A los once años un hecho fortuito torcería su camino y con él el de la crítica en el Uruguay, acercándolo a lo que iba a ser la pasión de su vida. "Debo a una bicicleta el comienzo de una carrera como crítico de cine -recordaría HAT-. En una noche de 1933 o 1934, fecha imprecisa que nunca me puse a rastrear, Montevideo tuvo un apagón total, hacia las siete de la tarde, que duró varias horas y que abarcó a toda la ciudad. A cien metros de mi casa, y en una bajada de la calle Massini entre Charrúa y Canelones (hoy Gestido), los niños del barrio montaron una hermosa fogata, que era una solitaria diversión de luz. Con mis once años quise participar de esa moderada fiesta, entre gritos variados y simulacros de indios que bailan alrededor de la hoguera. Un ciclista imprudente se tiró calle abajo. Me atropelló en la oscuridad y pasó sobre mi clavícula izquierda."
Aquella noche le costaría 45 días de yeso y un corsé para sostenerlo. Buscando aliviarle la espera su padre le consiguió un carné de libre entrada para el cine del barrio, el Latino, que exhibía películas de la Paramount, la Warner, rko, Universal, Artistas Unidos, Columbia y algo de cine europeo. Homero pasó a "vivir" en el cine: aquel niño que visitaba la sala hasta cinco veces por semana no tardó mucho en caerle simpático a los porteros y conquistar también las funciones dominicales, que el carné no autorizaba.
Además de haber admirado a Leslie Howard y Merle Oberon, amado silenciosamente a Margaret Sullivan "cuya voz ligeramente ronca me dejó marcado", de haber llorado con Spencer Tracy y Loretta Young en Fueros humanos o sufrido el terror de ver El hombre y el monstruo, con Frederich March, o Doctor X, con Preston Foster, había asimilado una cantidad de datos sobre directores, actores, actrices y empresas que anotaba en cuadernos y listas, y había extendido sus dominios hasta el cine Rivera, la sala competidora del barrio que tenía en exclusividad los sellos Metro y Fox.
Era 1936 y el cine Metro anunciaba el estreno de Motín a bordo auspiciando un concurso de cine por cx 28. El premio eran vales para el Metro. Alsina no sólo ganó el concurso, también entró en el programa, dirigido por Jaime Prades. "Era el niño prodigio de pantalón corto que fingía haber visto todo y que recitaba y opinaba con una seguridad insoportable. Por suerte, la radio no deja rastro."

EL JOVEN MAS CRITICO
Fue también su padre el que le presentó al que sería su primer gran maestro. Arturo Despouey (1909) era un personaje exótico, un "dandy oscarwildeano" al decir de Angel Rama, y había fundado el año anterior Cine Actualidad, una revista especializada en cine junto a Emilio Dominoni, JM Copello y CA Roux. Antes había escrito una novela juvenil, una obra teatral en español y varias en inglés, había dado conferencias y ejercido una crítica teatral y cinematográfica segura, irreverente y demoledora desde las páginas de El Nacional. Heredero en muchos aspectos del "dandysmo" del 900, su extravagancia, su opulencia, su extroversión y su sarcasmo eran parte de una actitud vital y universalista que contrastaba con las costumbres de "la aldea".
El para muchos fundador de la crítica cinematográfica uruguaya se encontró con Eugenio Alsina y su hijo, que todavía no había cumplido quince años, en la esquina de 18 de Julio y Yí un día de mayo de 1937. Sabía del resultado del concurso e invitó a Homero a participar en la revista, que para ese entonces ya se llamaba Cine Radio Actualidad y estaba dividida en una parte de cine, donde se hacía crítica independiente y divulgación y una más comercial dedicada a la radio. Allí Homero empezó a escribir y a firmar sus notas con sus iniciales. Más adelante China Zorrilla lo apodó por eso "El señor sombrero".
El niño sabelotodo quedó a cargo del Consultorio Cinematográfico, sección en la que se contestaban las más variadas preguntas que los lectores enviaban durante la semana. La parte más ardua del trabajo consistía en salir a rastrear datos en las pocas revistas extranjeras disponibles, lo que significó una "gimnasia" muy útil para su aprendizaje, en la que llegó, en algún caso de escasez de cartas, a preguntarse y contestarse él mismo.
Empezaba la época de la veneración por la ficha técnica de cada película, que era publicada en la revista como información adicional. Para conseguirla había que revisar los press-books americanos, y en el caso del cine europeo, muchas veces no había más remedio que recurrir al celuloide mismo, mirando a trasluz los títulos del primer rollo, gracias a la buena voluntad de muchos proyeccionistas que dejaban al joven cronista entrar en su "recinto sagrado" a sacar apuntes manuscritos.
Incomprendida por muchos al principio, la labor de Despouey fue fundamental como respuesta a una invasión masiva e indiscriminada de películas, sobre todo de Estados Unidos, a un Montevideo donde ya había una sala en cada esquina. Actuó como filtro de esa avalancha, sentando las bases de una crítica seria y rigurosa y formando a la primera camada de los que serían "los críticos del 45". Bajo su égida dieron sus primeros pasos Homero Alsina Thevenet, Hugo Alfaro, Francisco García Otero y Mauricio Müller.
Fue para todos un maestro muy severo. Atento a todos los detalles, tachaba sin compasión el original, mandaba reescribir una y otra vez, con un rigor que luego supieron agradecerle, pero que unido a su sarcasmo muchas veces llegaba a ser cruel. Alsina recuerda sin rencor la humillación de oírlo decir: "Mocoso atrevido ¿por qué te atrevés a escribir esto?". También lo llamaba burlonamente su "hijo putativo", aunque a sus espaldas lo presentara a los visitantes de la redacción como "el más joven de nuestros críticos, o mejor, el más crítico de nuestros jóvenes". A los 17 años, el joven aprendiz también había conocido a Faulkner y el jazz clásico, de la mano de Juan Rafael Grezzi, y había empezado a valorar la clase de cine "que se acercaba a la verdad y a la denuncia".

CUANDO HAT FUE BOBO
En junio de 1939 Carlos Quijano funda Marcha. Al fondo del local de la calle Rincón, en una pieza atiborrada que hacía las veces de redacción, dormitorio, cocina y escritorio vivía Juan Carlos Onetti, el singular secretario de redacción. "Yo podía sentirme fascinado por el mundo que estaba detrás de Marcha, donde de inmediato fui voluntario corrector de pruebas y un novel redactor, aprendiendo algo de un oficio que tenía sus secretos. Y me interesó de inmediato aquel hombre que había atravesado algunas experiencias, sabía de libros, de escritura, de política, de mujeres."
Onetti tenía entonces 30 años, escribía la sección "La piedra en el charco" que firmaba "Periquito el aguador", y había terminado de escribir una novela. Homero tenía 17 y "una mezcla de curiosidad y pretensión que me llevaba a acercarme al cine, al teatro, a las letras, al periodismo, como una forma de mejorar las limitaciones cotidianas de aquel Montevideo". Poco tiempo después ayudaba a vender El Pozo entre los amigos, a cincuenta centésimos el ejemplar y compartía las noches de la peña en el Café Metro, donde se discutía de literatura y de política internacional.
En enero de 1943 HAT viaja a Buenos Aires "detrás de una mujer que por suerte no me dio bolilla" y se reúne con Onetti, que había cruzado el charco dos años antes por un traslado ofrecido por la agencia de noticias Reuter. "Durante cuatro meses Homero compartió con Onetti un cuarto de pensión en Córdoba 587, en la casa de una mujer estricta que los acusaba hasta de gastarse el agua del calefón para bañarse -cuentan María Esther Gilio y Carlos María Domínguez en la biografía que dedicaron a Onetti*-. Desayunaban juntos, se iban a trabajar -Homero en una compañía de seguros donde había logrado colocarlo Julio Adín- y por las noches se demoraban conversando envueltos cada uno en su propia nube de tabaco, rodeados de la ropa que Onetti había desparramado en la habitación (…). En la librería Pigmalión descubrieron juntos a Kafka, recién traducido al castellano." Juntos corrigieron íntegras las pruebas de Para esta noche, en un apuro de la editorial que obligó a Homero a tomar la primera píldora de Benzedrina de su vida.
Mientras la guerra se debatía en Europa, Alsina compartía con Onetti sus noches de boliche, sus peñas de amigos bohemios, poetas, desencantados del idealismo y la política, y de mujeres que hechizadas por el encanto misterioso del escritor, caían en sus brazos irremediablemente. De esa época queda la dedicatoria que Onetti le hiciera de su cuento "Bienvenido Bob", y los recuerdos de sus paseos por Corrientes, donde a veces afloraba la nostalgia.
Entonces todavía no era "un hombre llamado sombrero", era como el Bob del cuento un muchachito lleno de pasiones e intereses. Jamás se convertiría, sin embargo, en un claudicante adulto -en un onettiano "Roberto"-. Su destino fue convertirse en HAT, las inconfundibles iniciales con que atravesó y definió tantos proyectos culturales -Marcha, la revista Film y Cine Universitario, las "Páginas de Espectáculos" de El País, la etapa porteña y el exilio en Barcelona, el regreso al Plata en Página 12, y a su regreso al Uruguay el sueño realizado de un suplemento ejemplar: "el Cultural" de El País, hecho a su imagen y semejanza-. Una historia en curso, donde las manías de su director no ocultan su especial solidaridad con la gente que recién empieza o con quienes necesitan trabajar, donde su energía se pone a prueba y la ternura se disfraza de gruñidos.

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