Los informes de Greenpeace son concluyentes: el proceso de fabricación de pasta de celulosa es especialmente contaminante y atentatorio contra la vida en el planeta. Se necesita agua en abundancia, energía y productos químicos, y se generan grandes cantidades de contaminantes líquidos, gaseosos y sólidos de alta toxicidad. Dióxido de azufre, monóxido de carbono, sulfuro de sodio, soda cáustica, sales de aluminio, ácido sulfúrico, dióxido de cloro, dioxinas, furanos, son algunos de los temibles compuestos químicos de nombres terroríficos, responsables de una interminable lista de catástrofes ambientales y calamidades sanitarias.
Luego de leer estas escalofriantes conclusiones --de cuya seriedad no dudo aunque no sea experto en la materia--, se me ocurrió que las plantas podrían instalarse en otros lares, lejos de nosotros y de toda otra región pasible de sufrir la agresión de esos compuestos asesinos. Ahora bien, como en cualquier punto del globo donde se instale una fábrica de papel (o de pasta de celulosa) siempre habrá un ecosistema en peligro, y en el desierto de Sahara no hay agua disponible en abundancia, la única solución que se me ocurre es prescindir del papel. Así nomás.
Total, tantos siglos --qué digo siglos, milenios-- durante los cuales la Humanidad vivió sin papel, que al final, bien podríamos remplazarlo por otros materiales cuya fabricación no tenga efectos contaminantes. Lo que espero es un buen decreto presidencial que prohíba el uso de papel en forma total y no sólo en lugares cerrados. Pasaríamos a ser el primer país del mundo libre de toxinas papelísticas. Todos quedaríamos a salvo de contaminarnos con furanos, dioxinas, organoclorados, y una larga lista de compuestos químicos de nombres inextricables para un profano y por lo mismo aureolados de un incuestionable prestigio.
Por deformación profesional, considero que la única función del papel es servir de soporte material a las ideas. Por ello, propongo remplazarlo por el pergamino en una suerte de retorno (no exento de romanticismo) al medioevo. De ese modo se crearían puestos de trabajo para copistas y calígrafos y se incrementaría la cría de ovejas. En lugar de grandes plantaciones de eucaliptos (que consumen el agua subterránea) para transformarlos en celulosa, grandes praderas llenas de bucólicos rebaños cuidados por pastores con callado y todo.
Un amigo, militante ecologista, me hace notar que la transformación del cojinillo en pergamino puede también contaminar el ambiente con efluentes de los químicos usados. Pues bien, me dije, volvamos a los orígenes más atrás aun en el tiempo: cerré los ojos e imaginé las lagunas, bañados y pantanos convertidos en inmensas plantaciones de papiros.
El mismo amigo me advierte del peligro de los monocultivos y de la agresión a los humedales y a su biodiversidad que significaría el cultivo de papiros. Desechada, pues, la idea de la siembra de papiros, nos queda volver directamente a las plaquetas de arcilla de los mesopotamios. Ya que estamos, abandonaríamos el alfabeto heredado de romanos, griegos y fenicios, y transcribiríamos el lenguaje oral por medio de signos cuneiformes; tal vez de ese modo recibiríamos la sabiduría de Hammurabí y de los astrónomos babilonios... Podríamos también, por qué no decirlo, rescatar los bellos jeroglíficos con que se expresaban los egipcios; desde que Champolion descifró los textos de la piedra de Roseta, ¿qué problema habría en utilizar ese lenguaje escrito? Por otra parte, si cada vez se lee menos, ¿para qué escribir e imprimir libros? Total, para lo que escriben los gurises de hoy, limitados a los mensajes de texto a través del celular, para lo cual utilizan un lenguaje que le tira el chico lejos al estilo telegráfico, no vale la pena exponer a la gente a la contaminación del papel. Adiós a los textos de estudio. Bastaría con enseñar a través de la televisión y las computadoras, función que, dicho sea de paso, ya se está cumpliendo a la perfección. Eso sí, hay otros usos del papel que no es posible realizar con pergaminos ni papiros ni menos con tabletas de arcilla. Por ejemplo, nos veríamos obligados a eliminar los restos de heces del ano y su entorno (perífrasis para evitar la expresión grosera limpiarse el culo) mediante otros medios mecánicos no contaminantes o sencillamente dando mayor uso al bidet, ese invento que debemos al genio francés. Adiós a los pañuelos desechables. Recurriríamos a los viejos y queridos pañuelos de algodón para expulsar las pegajosas secreciones nasales. Adiós a los envoltorios de papel...
En fin, estimado lector, no nos tomemos las cosas a la tremenda, pero seamos exigentes (esto sí va en serio) en cuanto a las condiciones en que funcionarán las plantas. Aunque sé que toda industria es contaminante, yo quiero que el país se industrialice y que se generen puestos de trabajo genuinos. Pero no podemos estar dispuestos a pagar cualquier precio, y menos el precio exorbitante de arriesgar la calidad del ambiente y la salud de nuestra gente.
Creo que es posible llegar a un equilibrio razonable en el que desarrollo no implique necesariamente contaminación.
¿Alguien que avisa que "esto sí va en serio", quiere decir que todo lo anterior fue en joda? Menos mal.
2 comentarios:
Julio, todo bien con vos, pero no entiendo nada. De que lado estás???
La Republica es un diario plural. Tan plural que en la editorial de hoy coincide con La Nacion. Habrá algún tipo de alianza entre la izquierda uruguaya y la derecha argentina?
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