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05 mayo 2006

Todo empezó así

Anualmente, la revista Forbes publica listas de las personas más poderosas y/o acaudalas del planeta. Hace unos días dio a conocer su lista de las mayores fortunas de reyes, reinas y dictadores. Lindo título y bastante lejos de la pedorra traducción al español como "la lista de los presidentes más ricos del mundo".

Forbes ubicó a Fidel Castro en el séptimo lugar de la nómina, con una fortuna de 900 millones de dólares. Ideologías aparte, ¿es posible que Castro tenga 900 palos verdes embolsados en algún lado?. Fidel. ¿Para qué podría querer Fidel Castro semejante cantidad de dinero? ¿Para comprarse uniformes verde oliva? ¿Guayaberas de lino? ¿Habanos Cohiba? La publicación estimó la fortuna de Castro basándose sobre tres redituables empresas estatales cubanas. La primera es el Palacio de Convenciones de La Habana (siglas de Comercio Interior, Mercado Exterior), : un centro construido en una superficie de 60 mil metros cuadrados destinado a la promoción y realización de congresos, convenciones, simposios, conferencias, reuniones nacionales e internacionales, ferias y exposiciones y ubicado en una zona residencial de la capital cubana. La segunda compañía es la corporación Cimex, que controla negocios de toda clase y color pero cuyos ingresos principales los obtiene gracias a la venta de viajes a la isla a través de algunas de sus agencias ubicadas en Canadá, Buenos Aires, Bahamas y Chile. La tercera empresa es Medicuba, fabricante de vacunas y productos farmacéuticos.

Decir que "el patrimonio de Castro asciende a los 900 millones de dólares" basándose en las ganancias obtenidas a través de empresas estatales es errado. No es un patrimonio personal, más allá de que Castro sea el titular del Estado. Aplicando una lógica igual de simple y maliciosa, la próxima vez que Tabaré Vázquez presente una declaración de patrimonio debería incluir ANTEL, UTE, OSE, el BSE e incluso el Banco de la República y otras sangrías estatales.

En comparación con otros integrantes de la lista, lo de Fidel Castro podría ser considerado una propina. En primer lugar se encuentra el rey Abdullah Bin Abdulaziz de Arabia Saudita, con una fortuna calculada en 21 mil millones de dólares (o US$ 21000000000, como para que impresione tanto cero junto). Viva el petróleo. En segundo lugar está Haji Hassanal Bolkiah, sultán de Brunei, con 20 mil millones. Brunei, un pequeño reino que se independizó de Inglaterra en 1984, productor de crudo y gas natural -cuyo territorio es equivalente a la mitad de la provincia argentina de Tierra del Fuego- ubicado en la isla de Borneo y habitado por 365.000 personas. Viva el petróleo de nuevo. Tercero está el jeque Khalifa bin Zayed Al Nahyan, presidente de los Emiratos Árabes Unidos (EAU) con 19 mil millones, muchos de los cuales provienen de la explotación de los yacimientos de crudo, lógicamente. Forbes estima que la familia del sheik maneja el 90% de la producción de los 2 millones y medio de barriles que se exportan diariamente desde los EAU, que representan aproximadamente 2/3 de su PBI. Además, el jeque preside el Consejo Supremo del Petróleo, que supervisa todas las políticas de energía de su emirato. Solamente el año pasado, la familia real invirtió 1400 millones de dólares en propiedades en una de las zonas más exclusivas de Londres, Inglaterra. El cuarto integrante de la lista es el jeque Mohammed bin Rashid Al Maktoum, mandatario del emirato de Dubai con una fortuna estimada en 14 mil millones. Acá, de petróleo poco y nada. Lo de Dubai son participaciones en bancos, empresas de construcción y principalmente, servicios turísticos. En el quinto lugar se encuentra Hans Adam II von und zu Liechtenstein, obviamente príncipe de Liechtenstein (pronúnciese Líshtenshtain) pequeñísimo país de Europa Central, sin acceso al mar, rodeado al oeste por Suiza y al este por Austria, países también sin salida marítima. En definitiva, una mierda. Pero mierda de paraíso fiscal, lo que justifica los 4 mil millones que ostenta el principito, quien también posee tres palacios del siglo XVII, cuatro casas en Viena, una invaluable colección de arte (incluyendo obras de Rembrandt y Rubens) y 20.000 hectáreas de tierra en Austria. Eso sin contar el banco LGT. Hablando de paradisíacos principados al pedo, en sexto lugar se ubica el Príncipe Alberto II de Mónaco, paradigma del hijo atorrante y tarado que se gasta la fortuna familiar en escabios y excesos varios. Se desconoce el origen de la fortuna de los Grimaldi, salvo que el Casino de Montecarlo sea muy lucrativo. El séptimo es Fidel Castro, así que directo al octavo lugar, ocupado por Teodoro Obiang Nguema Mbasogo, presidente de Guinea Ecuatorial. ¿Guinea ecuatorial?. Sí, este pequeño país africano cuya esperanza de vida es de 49 años para los hombres y 53 para las mujeres tiene un presidente con 600 millones de morlacos verdes gracias ¡al petróleo! (hacía rato que no aparecía). Hasta 1995, los ecuatoguineanos sobrevivían como podían con la agricultura y trabajando en los yacimientos de metales preciosos. Cuando Obiang descubrió el primer chorro de esa mezcla compleja no homogénea de hidrocarburos, se cagó en todos los agricultores y mineros y se dedicó a hacer sus negocios personales. Además, tiene algún que otro negocio forestal (muy de moda últimamente por estas latitudes). El noveno lugar de esta lista sorprende y está destinado a la reina Isabel II de Inglaterra, poseedora de unos 500 millones de dólares. In-gla-te-rra. Un país que a fuerza de colonizaciones, durante las primeras décadas del siglo XX abarcaba unos 30 millones de kilómetros cuadrados y tenía una población de entre 400 y 500 millones de personas, lo que significaba algo así las 2/5 partes de las tierras emergidas del planeta y una cuarta parte de la población mundial. Y está dos lugares abajo que Fidel Castro. Seguro. El décimo lugar es ocupado por la reina Beatriz de Holanda, con apenas 270 millones de dólares. Holanda, que aunque menos que Inglaterra, de colonias también sabe algo.

Si creen que a esto le falta un epílogo, tienen razón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

gracias Dani!!!

Daniela Couto dijo...

Yo no fui.
No sé qué.
Pero yo no fui.