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27 noviembre 2006

Coronas y coronitas (I)

A falta de ideas y ganas como para escribir algo decente que justifique la existencia de este espacio, seguimos incorporando colaboradores. Ahora se suma la glamorosa presencia de nuestra estimada compatriota Nené López-Chicheri de Rodríguez Perigó, periodista y licenciada en Protocolo y Relaciones Institucionales. Su rancio abolengo e impecable educación le han franqueado el acceso a las más altas esferas de la aristocracia y realeza europeas donde ha sabido hacerse de grandes amistades que suelen depositar en ella su mayor confianza a la hora de ser entrevistadas. Narradora de afilada pluma, Nené ha publicado sus famosas crónicas Coronas y Coronitas en prestigiosos medios del viejo continente, obteniendo así numerosos premios y reconocimientos. Ahora pretende quedarse con el iPod (e)Nano y nos envía la primera parte de una de sus columnas, como para que nos quedemos con las ganas y le pidamos la segunda. Que la disfruten.

CORONAS Y CORONITAS I
Por Nené López-Chicheri de Rodríguez Perigó

Mientras escribo estas líneas, a bordo del jet de la Casa Real de Gran Bretaña, observo con emoción por la ventanilla los hermosos paisajes de nuestra tierra. Tres mil pies debajo de mis dos pies se derraman ríos y arroyos, verdes praderas manchadas de vacas negras y ovejas blancas, campos cultivados, pueblos y ciudades. Nunca había visto un pedazo de patria tan grande, así, todo junto. Desde arriba parece que allá abajo no pasa nada. Sin embargo, una laboriosa comunidad vive y sueña.

- Es la hora de la siesta - escuché decir a Camilla Parker - Bowles, duquesa de Cornwall.

- ¡Pero después nos levantamos! - aseveré con cierta molestia, sintiendo herida mi idiosincrasia.

- Digo la siesta de Charles. Baje la voz, por favor.

Aparté mi vista de la penillanura para posarla en la humanidad de Su Alteza Real, el 89º heredero al trono de Inglaterra, que dormía plácidamente frente a mí. Su aspecto no se parecía en nada al de unos minutos antes, cuando al pie de la escalerilla del avión su elegante figura, ataviada con el uniforme de comodoro de la Prefectura de Avon, se recortaba con prestancia contra el cielo anaranjado. Indiferente a las miradas de admiración de la multitud y al rugido de las turbinas de su pájaro de metal, el príncipe Charles daba la última clase de protocolo real a la pareja presidencial uruguaya.

- De pie - ordenó a la primera dama.

- Estoy de pie, Su Alteza.

- Oh, sorry. ¿Recuerdan lo que sigue?

El presidente Vázquez y su esposa pronunciaron ¡whisky! y se inclinaron respetuosamente 90º, manteniéndose inmóviles en esa posición. No volvieron a ver el rostro del hijo de Isabel II, que desapareció escalerillas arriba. Protocolarmente la visita real había llegado a su fin. SAR ocupó un lugar junto a la duquesa y se abrochó el cinturón.

- Los zapatos me aprietan terriblemente, Camilla - susurró Charles con flemática angustia.

- No son tuyos, cariño, son míos.

- ¿Y por qué usas zapatos de la Marina Real?

- Déjalo así, ¿quieres?

Charles hizo una mueca de perplejidad y luego reclinó su asiento, mientras la aeronave comenzaba a carretear por la pista. Entonces observé a Camilla, quien había pegado su rostro a la ventanilla con gesto de desaprobación.

- ¿Qué es eso, Nené, usted que es de acá?

Ah la perinola. La primera dama, con su vestido de organza azul con apliques de pipas y canesú de yaguareté, nos seguía a toda carrera. Por encima de las turbinas del avión se la oía gritar con desesperación "¡La medallita, la medallita!".

- Es la esposa del presidente - debí reconocer.

- Parece gritar algo de una medallita. Qué pésimo acento.

- Se refiere a un postre, Su Alteza - respondí restándole importancia al episodio.

- Que lo mande por valija diplomática - sentenció la duquesa de Cornwall al tiempo que corría la cortinilla de shantung con encajes.

Luego, dirigiéndose al piloto, ordenó:

- Acelere, Peyton.
- Si, my lady.

Ahora estábamos lejos del republicano aeropuerto de Carrasco, atravesando nubes a 800 kilómetros por hora. Camilla se descalzó y comenzó a frotarse los pies.

- ¿No tiene a nadie que haga eso por usted, duquesa?
- Al comandante Peyton. Hace unos masajes de pies maravillosos, pero últimamente dice tener problemas con el piloto automático y eso le impide realizar otras tareas que me consta lo llenan de orgullo nacional. Peyton es descendiente de Tobías Peyton, cochero de la familia real desde 1326. Desde entonces, todos los Peyton han conducido los vehículos reales. Oh, pero qué tonta soy, Nené, usted quería pedirme autorización para masajearme los pies, ¿no es cierto?
- Sería un placer, Su Alteza, pero tengo una uña encarnada. Lo siento.

- Yo lo siento por usted, querida.

- Mire, duquesa, el príncipe tiene reflujo.

De la real boca de Charles de Inglaterra manaba un hilo de baba que inundaba sus condecoraciones. Camilla tomó un pañuelo y le trapeó la cara a su cónyuge, quien despertó ligeramente sobresaltado.

- Camilla, Nené - nos saludó con una sonrisa cortés mientras se acomodaba en su asiento, adoptando una postura acorde a su rango.

- Su Alteza - saludé a mi vez, estirándome un poco la pollera de raso blanco.

Me sentía comodísima, como si estuviera charlando con amigos tan cálidos y sencillos como una y casi olvidé que estaba en el real avión británico con el único objetivo de entrevistar al príncipe Charles acerca de su misión especial en Montevideo, representando a todas las casas reales del mundo. Empecé a ponerme un poco nerviosa. Había salido de Montevideo con tres cuotas de los gastos comunes del edificio y 200 pesos que me quedaban en el cajero. Pero también debía volver. Además mataba por un baño.

- Su Alteza Real, ¿recuerda que después de la entrevista me iban a arrimar?
- Of course, Nené.

Sonó distinguidísimo. Af cars, Nané. Lo dijo con un acento en el cual se mezclaba lo más rancio de Buckingham Palace con la humilde hospitalidad de los montañeses de Gales. Se me puso la piel de faisán. Nené -me dije-, éste es tu lugar en el mundo. Largá todo, Nené, que en el viejo continente puede haber una corona para vos.

- Si desea hacer uso de la sala de comunicaciones, querida, está al fondo - Camilla interrumpió mis razonables pensamientos.

- Sí, gracias, debo enviar un fas a mi tía Gregoria.

- Yo también tuve una tía Gregoria, dijo Charles. La pobre fue envenenada en 1208, durante una guerra intestina. En todas las familias se cuecen trufas.

- Claro, Su Alteza y después pagan los intestinos, como dice usted - respondí agarrando la cartera y poniéndome de pie. Hice una reverencia de entrecasa y volé hacia el baño, donde entre otros reales menesteres completé esta columna.

Mi Dios, hoy me vence la Ute. No hay caso, Nené, las hadas ya fueron.

(En el próximo número se develarán los motivos de la visita real a Montevideo)

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Al fin alguien que sabe hacer entrevistas.