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05 marzo 2007

Coronas y coronitas VI

(continuación parte V)

Coronas y coronitas VI
Por Nené López-Chicheri de Rodríguez Perigó

Hoy: Adrenalina, pero de la regia.

El grito de ¡Bomba! en medio de la fiesta de Laetitia D´Arenberg me paralizó. ¿Acaso el terrorismo internacional había estirado sus largos y pérfidos tentáculos hasta nuestra península? -me interrogué en ese instante. A modo de respuesta, la voz de alarma no demoró en ser seguida de un estruendo que hizo temblar hasta las raíces de los árboles. Demostrando su capacidad organizativa, el ministro Mujica gritó con todas sus fuerzas:

-!Que los heridos no vayan al Paste…! -se interrumpió al ser arrastrado por un tsunami de agua clorada que barrió la sala con tal violencia que el gato de Laeti desapareció de arriba del piano y quedó abrazado al gato de Traverso. Por fortuna me pude agarrar a las cortinas de seda di-vi-nas del salón.

Si el terror nos había golpeado, la respuesta del Estado de derecho no habría de demorar tanto como el 911. El equipo Suat du Soleil, entrenado por avezados profesionales portorriqueños, ya estaba descendiendo cabeza abajo desde un helicóptero entre luces de colores y una versión percusionada de What's the new Mary Jane?, bajo una lluvia de papel picado. Una vez asegurado el perímetro, amigas, algunos de los hombres rodearon la piscina y al cabo de una excelente puesta en escena con un maravilloso juego de luces, dos buzos con trajes de neoprén amarillo flúo desaparecieron en las profundidades. Un minuto más tarde volvieron a la superficie y gritaron a coro:

-¡Es una máquina tragaperras, con algo más que monedas!

Los invitados de Laetitia nos acercamos. Los buzos volvieron a sumergirse, pero las luces interiores de la piscina nos permitían seguir sus movimientos. La angustia se apoderó rápidamente del grupo.

-¡Hay alguien atrapado en la máquina!
-¡Debe ser un mago contratado por la archiduquesa.
-¡Esto es una merienda de delfines!
-Es Houdini. El número le salió pa´ la mierda.

De pronto emergió a la superficie una sandalia del color de la temporada.

-!Es el Mago! -gritó el ministro Mujica, señalando el calzado por encima de mi hombro. El grupo lo miró con incredulidad. Cuando alguien comenzaba a exigirle más respeto, llamó la atención general un ¡plop! En el centro de la piscina flotaba una figura humana.
-Se parece a un ministro pero no recuerdo cuál. Está muy hinchado -dijo Laeti empujando el cuerpo inanimado con el lampazo.
-¡Es Gardel! ¡Es Gardel! -gritó Mujica antes de desaparecer.
-Por el tamaño parece Le Pera -intervino alguien.

El equipo Suat du Soleil pescó el bulto con un mediomundo profesional y lo puso en un balde.

-¡Es un incubador de empresas! ¡Reanímenlo! -exclamó De Posadas.
-¡Vení vos a poner la trompa, pituco! -retrucó el capitán.

Los policías bajaron una bomba de achique del helicóptero y procedieron a entubar a la víctima. No les puedo decir, amigas, la cantidad de fichas que salieron por ese tubo. Había nácar de todos los colores. Cuando el individuo recuperó el sentido, volvimos a los canapés. Laeti se dirigió al capitán del grupo, que hacía piruetas en una chiva de una sola rueda.

-¿Qué es eso que usaron para descender? -quiso saber.
-Helicóptero, fraulein Laetitia, dijo el capitán al tiempo que daba un salto.
-No, eso largo.
-Ese elemento es denominado cuerda, soga o mecate, y nos ha sido proporcionado por nuestros colegas de Texas -respondió el funcionario, orgulloso.
-¿Tienen más sorpresas?
-Afirmativo, fraulein Laeti. Por ejemplo nos trajeron un paracaídas verde de confección, llamado "babucha voladora". Se lo regalamos a Ana Prada, que es la madrina del equipo. También aprendimos la voltereta, pero esa exhibición quedará para otro día. ¡Me están avisando por el Maiko que Nicolini se hizo levantar las nalgas en el Británico y rajó sin garpar!

El equipo Suat du Soleil se embarcó en la aeronave ante decenas de miradas de agradecimiento.

-No se olviden de Mariano -alcanzó a gritar Laetitia.
-Qué nos vamos a olvidar -respondió el capitán, chasqueando los dedos. El altavoz del helicóptero comenzó a ejecutar Taquito militar.
Todos los invitados saludamos al pájaro de metal hasta que sus luces desaparecieron detrás de Casa Pueblo. Laetitia apenas había comenzado a pasar el lampazo en el helipuerto cuando un ómnibus de Buquebus atravesó el cerco de grategos a toda velocidad y atropelló a cinco enanos de jardín antes de detenerse a pocos centímetros de mi rostro. La puerta se abrió y desde el interior llegó hasta mí una voz carrasposa:

-¿Doña Nené López-Chicheri de Rodríguez Perigó?
-¿Quién la busca? -dije, escrutando vanamente la oscuridad en busca de una factura.
-El marqués don Blas Campeador de Gil y Pollas, facilitador del Reino de España.
-¿Y qué pasó con Yáñez Barnuevo? -dije con desconfianza.
-Alquiló el local de Anrejó. ¿Víste que cerró?
-Ni me enteré. Yo quedé devastada con el cierre de La Castellana. Después de eso pasé un año a Martinis y aceitunas, como intentando recuperar el objeto perdido.
-¿Se había olvidado algo dentro?
-Me refería a la angustia que puede causar un cierre, señor.
-Ah, ni me lo diga, doña Nené, que la mitad de las veces me olvido de ponerme calzones. Pero hablando de aceitunas, Su Alteza Real Don Juan Carlos me ha ordenado que la contactara personalmente para encomendarle una relevante misión diplomática. ¿Sería posible que ascendiera a la unidad?
-!Qué honor! -respondí, agregando una leve reverencia para el satélite antes de subir la escalera al cielo. El bondi arrancó a lo gaita y dejé una Havaiana en el jardín.

-Bienvenida al real territorio de España - me recibió un hombrecillo de barba entreverada, corto de pecho, al que renunció en favor de un pantalón gris que envolvía su humanidad como una hiedra y apenas dejaba ver los hombros de una camisa negra mal planchada. Cerraba su cuello una cadena de oro capaz de sujetar un perro bravo pero inútil para contener los manantiales de sudor que nacían en su calva. Por lo demás, don Blas Campeador de Gil y Pollas no era más alto que Cortés, ni resultó más valiente que todo aquello que uno y otro invocaban. Detrás suyo había una adarga antigua y apolillada donde descansaban varios tacos de billar y una percha con un saco de pana. La tardía siesta de un galgo viejo y flatulento era una torpe excusa al olor a rancio que se respiraba en el lugar. Solo Ana Belén parecía no notarlo, sonriendo desde un retrato dedicado a Don Blas. Estreché la mano húmeda del marqués de Gil y Pollas y me senté frente a él, en el asiento 11.

-Es usted una dama muy bella -dijo plantándome un escupitajo en la rodilla antes de darme tiempo de secarme la mano en la funda Nº 12 de López Mena.
-Gracias, señor marqués -respondí con una sonrisa algo forzada al tiempo que me estiraba la pollera de raso. Don Blas Campeador me sonrió con todo su rostro, de ojos juntos y dientes separados. Su mirada me pareció tan escurridiza como su saliva.
-Espero que no la intimiden los facilitadores, Nené.
-No, al contrario. Son una ayuda. Yo tomo Garkarin, facilitador intestinal: El empujón de un amigo. Me ayuda en el último tramo. Empecé tomando algo para el intestino delgado pero después vi que necesitaba un producto específico para el grueso, porque cada uno conoce su cuerpo y sabe lo que necesita. La tele también ayuda, ¿no? También tuve problemas de mal aliento, pero no me gusta...
-Me refería a los facilitadores diplomáticos, Nené -aclaró con una frialdad innecesaria-. Hice 218 viajes infructuosos entre Montevideo y Buenos Aires y ya es hora de que devuelva la unidad. SAR Don Juan Carlos -no López Mena, que es alteza solo acá, sino de Borbón y Zapatero- desea que usted, doña Nené, como dilecta amiga de la Corona, asista a la nueva facilitadora en todo lo que se le requiera. -Caramba, me siento honrada ante semejante demostración de confianza. ¿Y quién será la nueva facilitadora?
-Leonor de Todos los Santos de Borbón Ortiz, infanta de España. A pesar de su corta edad pensamos que logrará desarrollar su misión con madurez y…
-¡Gugú dadá! –dije con ánimo de expresar mi sorpresa.
-Es exactamente lo que ella dice. Se van a entender de maravillas, estoy seguro
-Pero marqués, si apenas tiene un año.
-Pero un año completo, Nené -dijo levantando dos dedos-, y bien vivido. Doña Leonor le aportará espontaneidad e ímpetu juvenil a este proceso.
-No estoy segura de poder aceptar -dije con franqueza.
-No la dejaremos sola, Nené. Mire que Todos los Santos son muchos santos. Es más, también podemos enviar a la infanta Elena en su ayuda. Usted la conoce bien, le enseñó sus primeras letras.
-Es cierto, varias veces. Pero se las olvida.>
-La a, la b, la… Vamos, que son difíciles para cualquiera. >
-Necesito pensarlo, su excelencia.
-No es la respuesta que esperaba, Nené. Por otro lado, yo no dejo de pensar en su sujetador de alambre. Ostias, ¿es un Patty Collins auténtico?
-Special Edition.
-Talla 46, ni me lo diga. Ojo de coleccionista.
-Creo que me tengo que ir.
-Quedaos, por favor -dijo sin cortesía alguna, oprimiendo un botón del control remoto. Sentí el inconfundible sonido de un cerrojo al trabar una puerta.
-Es que debo volver a la fiesta en la residencia Von Trapp porque los jinetes cosacos no van a estar y eso deja un hueco en la animación, antes de que llegue el chef de campo, que hará lentejas flambé en plena piscina, arriba de una colchoneta, que es un desafío, no como la pelotudez de hacer sushi en el Perito Moreno…
-Vamos, déjate de tonterías, que te daré una lección. ¿No te gustarían unos azotes?
-A mí no, gracias. Sabe, Rodríguez Perigó era afecto a las palmadillas, pero con la artritis eso lo hacía sufrir mucho, gritaba él, ¿vio?
-No te hagas la listilla, Nené -dijo dejando escapar un hilo de baba por la comisura de los labios-. Ya sabes que a los funcionarios públicos españoles nos gusta azotar a las sudacas. No sé si nos cautiva más el disfrute del golpe o la visión del machucón, de la sangre coagulada, pero es un deleite -susurró don Blas Campeador con los ojos inyectados en sangre, mientras doblaba cuidadosamente los puños de su camisa.
Ay, mi Dios, no tenía gas pimienta, ni jabón líquido, ni siquiera un etarra para tirarle en la cara al marqués. Cerré los ojos. Pronto sabría lo que es aterrizar en Barajas.
No hay caso, Nené, las hadas ya fueron.

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