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13 noviembre 2008

Vueltitas en la calesita

Por Osvaldo Cervinho

Para celebrar sus 90 años de vida, el diario El País decidió editar una colección titulada Mil fotos rescatadas del olvido. Se trata de un documento que recopila imágenes que están en propiedad del archivo del matutino, ordenadas con un criterio que mezcla lo temático y lo cronológico.

Evidentemente, un trabajo así queda para la posteridad: las personas lo guardan en sus casas y las futuras generaciones lo podrán tomar como fuente de consulta histórica. Esto debe generar una gran responsabilidad en la persona encargada de la selección del material y la redacción de los textos que acompañan las imágenes. De las decisiones que esa persona tome a la hora de elaborar el material, dependerán la imagen y las posibles interpretaciones que en el futuro se hagan sobre los hechos retratados.

Tamaña tarea recayó en el ex editor de Sábado Show, Miguel Alvarez Montero. Su nombre aparece en letras grandes en la página 3 de cada tomo, aunque curiosamente no aparecen los nombres de los fotógrafos que tomaron las imágenes. Una omisión penosa, que seguramente se debe a que las fotos no fueron archivadas de la mejor manera durante años y ahora los datos son imposibles de conseguir. Sin embargo, no deja de ser injusto para los chasiretes. Tal vez se podría haber solucionado agregando en cada tomo, los nombres de quienes han integrado el staff de reporteros gráficos de El País. Hubiera sido caballeresco, al menos.

El tomo VIII de la colección dedica 31 páginas a imágenes vinculadas a los años previos a la dictadura (pág. 50 a 61) y al período en que el gobierno colorado de Bordaberry primero y de los militares después, decidieron ignorar la Constitución, además de los derechos civiles y humanos (pág. 62 a 81).

A la primera parte, Alvarez Montero la titula “Aquellos años del odio y el terrorismo”. Casi suena divertido. “Aquellos locos años veinte”. Ocurrente, Miguel para escribir. La segunda se llama “La dictadura cívico-militar”. No quiero detenerme en el detalle de que siempre que aparece la palabra "tupamaros", figura así como lo escribí, entrecomillado , pues escapa a mi capacidad de comprensión el por qué se hizo así. ¿Será porque Alvarez Montero está citando a alguien cada vez que los nombra? ¿Porque pretende ser irónico? ¿Es un intento estigmatizador? Tanto da.

Sí quiero referirme a una parte del último párrafo de la introducción al capítulo:

El ejército se hizo cargo de la situación en las calles convocado por el gobierno de Pacheco Areco y en 1972, al cabo de varias exitosas acciones (ya bajo el gobierno de Juan María Bordaberry) se pudo dar por prácticamente derrotada a la guerrilla urbana. Pero para entonces los militares habían asumido un rol preponderante del que ya no querían “bajarse”
(esas últimas comillas también son de Alvarez Montero, seguramente en un intento de comparar la palabra “tupamaros” a “bajarse”)

Por fin veo que alguien interpreta la historia como yo, hecho que se nota específicamente en una palabra: bajarse. Porque está claro que los militares eran como unos niños subidos a una calesita y querían dar alguna vueltita más. Se encapricharon estos chiquilines tan simpáticos. Entonces, sin pagarle al señor que vende las entradas en una boletería con forma de hongo en el Parque Rodó Infantil, los muy pilluelos garronearon unas vueltitas. Y encima no dejaron que otros niños se subieran, qué feo.

Luego vienen las fotos. Las primeras once páginas muestran la cárcel de Punta Carretas y la de Miguelete. También se ve el Club de Golf tras ser atacado con una bomba. Otra imagen muestra a dos niños, los hijos de un señor llamado Dan Mitrone. Ese señor fue ejecutado por los “tupamaros”, dice Alvarez Montero, “bajo el argumento de que era un experto norteamericano en la lucha anti-guerrillera que vino a asesorar a la policía en cómo extraer de los detenidos, mediante métodos no ortodoxos, información valiosa”. Un grande Miguel, dueño de una pluma desbordante de talento para el eufemismo. En las 31 páginas logra no escribir nunca la palabra tortura (ni siquiera “tortura”).

No hay necesidad de seguir versando sobre las fotos. A esta altura está claro. No aparecen jamás fotos de las marchas populares de resistencia a la dictadura (sólo una de un caceroleo en los ’80), tampoco hay imágenes de la represión a los estudiantes y a los obreros. Ni siquiera aparece un miliquito a caballo corriendo a un hincha en una cancha de fútbol. Gran editor, Miguel.

Sí se puede ver a un grupo de militares ingresando al Parlamento, a Bordaberry y su familia recibiendo sonrientes a un también sonriente Juan Domingo Perón, al mismo dictador uruguayo desfilando con Augusto Pinochet -cuyas muecas similares a una sonrisa asustan-, la inauguración del puente Fray Bentos – Puerto Unzué (llamado “El puente de la discordia” por Alvarez Montero, al Goyo saludando también entre risas al dictador argentino Leopoldo Galtieri, al mismo Goyo con el Rey Juan Carlos caminando por la Plaza Independencia, al Coronel Bolentini chupando en un boliche con periodistas, y poco más. Vueltitas en la calesita.

La edición de este trabajo muestra una intencionalidad clarísima, al punto que no quiero caer en un remate interpretativo, porque lo que escribiría sería demasiado obvio. Es más, prefiero terminar con un disparate. Si pueden ver este tomo, miren la foto de la detención de Lucía Topolansky. Más allá que la tienen parada con los brazos puestos como si fuera una heroinómana mostrando las marcas que le dejó picarse, se descubre que de joven estaba fuertísima.


Nota de la redacción: al parecer, Alvarez Montero tiene otros grandes antecedentes de ignorancia.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Puedo aplaudir?
Me encantó.


Hubiese estado fenómeno que escribiera "dictadura".

JuanF

Anónimo dijo...

Sin comentario para lo obvio. El País es consecuente hoy con lo que ha sido durante los últimos 40 años: Un diario blanco (el último periódico partidario) y conservador al borde de lo reaccionario. Es evidente que éste muchacho, pobre, está haciendo los mandados. Dicen que la pregunta obligada de los viejos periodistas en los diarios de la primera mitad del siglo XX, era, cuando se les encargaba un trabajo -entre en serio y en broma-, si querían que la nota la escribieran a favor o en contra. Este muchacho seguramente escuchó de esa fórmula y la ha aplicado en el último dinosaurio con excelentes resultados. Para su bolsillo, digo. Respecto a los créditos en El País ahora ponen (casi) todos los correspondientes a las fotos del día. Si de esas imágenes un tiempo después deben usar otra, el crédito pasa a ser "Archivo El País". Además, al otro día de haber sido tomadas las fotos pueden ser compradas sin que el que se lleva la imagen se entere quién fue el fotógrafo ni ese reportero gráfico reciba un porcentaje de esa venta. En los diarios modernos el crédito no es sólo para destacar el mérito de la imagen sino también para marcar la responsabilidad por la toma. Los medios que producen las notas, pagan los equipos y los sueldos adquieren con esa inversión el derecho de uso sobre esas imágenes para usarlas en todos sus productos sin límite de tiempo. Aquellos diarios en serio que optan por funcionar como bancos de imágenes firman convenios con sus fotógrafos poniéndose de acuerdo en un porcentaje de la futura comercialización. Respeto, que le dicen.