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05 febrero 2007

Coronas y coronitas V

Coronas y coronitas V
Por Nené López-Chicheri de Rodriguez Perigó

Durante el viaje a la península me costó apartar de mis pensamientos la mansión victoriana que se había fagocitado un rancho, por no hablar del caballo enmascarado. Me daba como cosa todo eso. ¿Tendría algo que ver con la globalización? Por suerte, antes de que me diera cuenta estaba persignándome frente al cerro Pan de Azúcar. De ahí hasta la residencia D' Arenberg apenas me dio el tiempo para pensar en qué me pondría esa noche. Finalmente opté por la pollera de raso blanco.

Laeti llgmo ricksha echfa clefon toy resudda bss nn. Enviar.
Cuando cruzamos el arco de santa ritas de la residencia "Von Trapp" le pedí a 1 Pack que se detuviera en la entrada de servicio, para ingresar discretamente. Allí nos recibió un palafrenero que le ofreció a 1 Pack un baño de balde y una cepillada en el establo. El me miró como si eso no fuera lo que estaba esperando, pero yo apelé al refranero popular gaucho:

-1 Pack, si es gratis, hasta una inyección en la cabeza.

Pasé por el toilette privado de Laetitia y salí hecha una reina. Me puse la pollera de raso, como había planeado, y una blusita de shantung verde musgo. Con la humedad que tengo en el apartamento, la blusa siempre parece recién comprada. Laeti me recibió tan cariñosamente como siempre. Estaba divina, con un vestido de viyela con pedrería en plata, botonadura en marfil y un estampado étnico soñado: una fila de guerreros masai esperando a ser vacunados por la Cruz Roja, en la delantera, y tres sioux vomitando en un bar de la reserva india, en la trasera. En el medio, la archiduquesa. Caminamos del brazo hasta el salón principal, donde una decena de invitados rodeaba a un pianista con un saco azul que había perdido la mitad de las lentejuelas. El grupo aún estaba en la etapa del ¿te acordás de…? y para conformar a todos, el músico hilvanaba desesperadamente un incómodo popurrí que enganchaba a Leonard Cohen con Los Náufragos y a La mona Giménez con Rita Pavone. Me alejé en dirección de un tarotista cuyo rostro, a la sombra de un turbante, me resultaba parecido al mozo de un bar de la calle Piedras. Pero, ay amigas, de pronto una mano se aferró fuertemente a mi brazo derecho y sus impíos dedos hendieron la blusita verde musgo. Era una mano cuarteada por las inclemencias climáticas y la historia de vida. Había sufrido –lo supe al instante– el azote del astro rey pero también sabía lo que era cosechar papa en agosto después de un aguacero o boniato en junio y plena seca, arrancando las guías con los dientes. Era también una mano veterana de muchas batallas, que así había empuñado un fierro como había empuñado un ramo de flores. Y miles de veces había empuñado el papel, aunque nunca la pluma. A mi espalda una voz masculina dijo:

-¿No le gustó la escenografía, Nené, que me la tiró al piso?

Casi pierdo el conocimiento.

-No fue mi intención –respondí presa del pánico.

Los salamines que tenía por dedos aflojaron la presión y pude liberar el brazo. Giré sobre los talones para ver el inquisitivo rostro del ministro Mujica.

-¿Qué hace usted acá? –me dijo con dureza.
-No creerá que lo estoy siguiendo –dije temblando-. En su chacra me dijeron que había salido a buscar a unos cajetillas de la Federación Rural.
-Es verdad. Me costó llegar porque había perdido la invitación –dijo en perfecto castellano mientras tomaba de una bandeja un canapé de frutos del bosque.
-Ah –respondí, pensando qué sería de mí si no hubiera interjecciones.

La situación comenzaba a distenderse y consideré que mi vida ya no corría peligro.
Laetitia acertó a pasar a nuestro lado y quiso ser cortés.

-¿Cómo se encuentra, ministro?
-Como lo diose, doña. En cuanto puédamo volvemo con la patrona a pasar unos días. ¡Somo tupamaro, laburamo la tierra y no tenemo ambicione de poder, no tenemo!

Laeti sonrió sosteniéndose el rostro y luego desapareció.
Advirtiendo mi estupefacción, el ministro Mujica dijo:

-El léxico puede tener un valor estratégico, señora.
-Ehhh…y…sí.
-Ahora que ya lo sabe todo, Nené, ¿qué piensa hacer? –dijo mientras me tomaba gentilmente del brazo y abandonábamos la sala rumbo al parque.
-Quédese tranquilo, ministro. Soy una comunicadora social uruguaya. Ni siquiera voy a decir que usted esconde al Zorro.
-¿El Zorro? – dijo con un asombro que no parecía ensayado. No, Nené, ni ahí. Yo le compré el campito a De la Vega y lo dejaba seguir escondiendo el matungo. Pero con los compañeros descubrimos que Tornado era bueno para tirar del colmador y lo incorporamos al Uruguay Productivo. Hay que verlo caminar entre los canteros sin sacarle un pétalo a un solo clavel. Un lujo.
-Ah, o sea que estaba el Zorro y estaba el caballo…
-Sí. ¿Y? –parecía confundido.
-Bueno, ¿y qué pasó?
-Que De la Vega se murió.
-Ah, llegué a pensar que usted era el Zorro –dije con desilusión.
-Y no, ¿para qué? Antes estaba Don Diego y ahora no es necesario. Además, Tornado labura todo el día y de noche no está para nada.
-Pero todavía quedan injusticias –dije titubeando.
-Claro que quedan, Nené. La rereelección, los ladrones de flores, los ladrones de motos… Pero no voy a desvestir un caballo para…
-Los ladrones de sueños –intervine para darle una nota poética al diálogo.
-Fue lo primero que dije. Bueno, me tengo que ir porque Lu me espera en Los Negros. A ver si cenamos como la gente. ¡Hay que comerse cada mortadela para ser presidente!
Mientras el ministro me abrazaba afectuosamente, un grito estremecedor atravesó la noche:
-¡Boooombaaaaa!
No hay caso, Nené, las hadas ya fueron.

(Continuará)

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