(continuación parte V)
Coronas y coronitas VI
Por Nené López-Chicheri de Rodríguez Perigó
Hoy: Adrenalina, pero de la regia.
El grito de ¡Bomba! en medio de la fiesta de Laetitia D´Arenberg me paralizó. ¿Acaso el terrorismo internacional había estirado sus largos y pérfidos tentáculos hasta nuestra península? -me interrogué en ese instante. A modo de respuesta, la voz de alarma no demoró en ser seguida de un estruendo que hizo temblar hasta las raíces de los árboles. Demostrando su capacidad organizativa, el ministro Mujica gritó con todas sus fuerzas:
-!Que los heridos no vayan al Paste…! -se interrumpió al ser arrastrado por un tsunami de agua clorada que barrió la sala con tal violencia que el gato de Laeti desapareció de arriba del piano y quedó abrazado al gato de Traverso. Por fortuna me pude agarrar a las cortinas de seda di-vi-nas del salón.
Si el terror nos había golpeado, la respuesta del Estado de derecho no habría de demorar tanto como el 911. El equipo Suat du Soleil, entrenado por avezados profesionales portorriqueños, ya estaba descendiendo cabeza abajo desde un helicóptero entre luces de colores y una versión percusionada de What's the new Mary Jane?, bajo una lluvia de papel picado. Una vez asegurado el perímetro, amigas, algunos de los hombres rodearon la piscina y al cabo de una excelente puesta en escena con un maravilloso juego de luces, dos buzos con trajes de neoprén amarillo flúo desaparecieron en las profundidades. Un minuto más tarde volvieron a la superficie y gritaron a coro:
-¡Es una máquina tragaperras, con algo más que monedas!
Los invitados de Laetitia nos acercamos. Los buzos volvieron a sumergirse, pero las luces interiores de la piscina nos permitían seguir sus movimientos. La angustia se apoderó rápidamente del grupo.
-¡Hay alguien atrapado en la máquina!
-¡Debe ser un mago contratado por la archiduquesa.
-¡Esto es una merienda de delfines!
-Es Houdini. El número le salió pa´ la mierda.
De pronto emergió a la superficie una sandalia del color de la temporada.
-!Es el Mago! -gritó el ministro Mujica, señalando el calzado por encima de mi hombro. El grupo lo miró con incredulidad. Cuando alguien comenzaba a exigirle más respeto, llamó la atención general un ¡plop! En el centro de la piscina flotaba una figura humana.
-Se parece a un ministro pero no recuerdo cuál. Está muy hinchado -dijo Laeti empujando el cuerpo inanimado con el lampazo.
-¡Es Gardel! ¡Es Gardel! -gritó Mujica antes de desaparecer.
-Por el tamaño parece Le Pera -intervino alguien.
El equipo Suat du Soleil pescó el bulto con un mediomundo profesional y lo puso en un balde.
-¡Es un incubador de empresas! ¡Reanímenlo! -exclamó De Posadas.
-¡Vení vos a poner la trompa, pituco! -retrucó el capitán.
Los policías bajaron una bomba de achique del helicóptero y procedieron a entubar a la víctima. No les puedo decir, amigas, la cantidad de fichas que salieron por ese tubo. Había nácar de todos los colores. Cuando el individuo recuperó el sentido, volvimos a los canapés. Laeti se dirigió al capitán del grupo, que hacía piruetas en una chiva de una sola rueda.
-¿Qué es eso que usaron para descender? -quiso saber.
-Helicóptero, fraulein Laetitia, dijo el capitán al tiempo que daba un salto.
-No, eso largo.
-Ese elemento es denominado cuerda, soga o mecate, y nos ha sido proporcionado por nuestros colegas de Texas -respondió el funcionario, orgulloso.
-¿Tienen más sorpresas?
-Afirmativo, fraulein Laeti. Por ejemplo nos trajeron un paracaídas verde de confección, llamado "babucha voladora". Se lo regalamos a Ana Prada, que es la madrina del equipo. También aprendimos la voltereta, pero esa exhibición quedará para otro día. ¡Me están avisando por el Maiko que Nicolini se hizo levantar las nalgas en el Británico y rajó sin garpar!
El equipo Suat du Soleil se embarcó en la aeronave ante decenas de miradas de agradecimiento.
-No se olviden de Mariano -alcanzó a gritar Laetitia.
-Qué nos vamos a olvidar -respondió el capitán, chasqueando los dedos. El altavoz del helicóptero comenzó a ejecutar Taquito militar.
Todos los invitados saludamos al pájaro de metal hasta que sus luces desaparecieron detrás de Casa Pueblo. Laetitia apenas había comenzado a pasar el lampazo en el helipuerto cuando un ómnibus de Buquebus atravesó el cerco de grategos a toda velocidad y atropelló a cinco enanos de jardín antes de detenerse a pocos centímetros de mi rostro. La puerta se abrió y desde el interior llegó hasta mí una voz carrasposa:
-¿Doña Nené López-Chicheri de Rodríguez Perigó?
-¿Quién la busca? -dije, escrutando vanamente la oscuridad en busca de una factura.
-El marqués don Blas Campeador de Gil y Pollas, facilitador del Reino de España.
-¿Y qué pasó con Yáñez Barnuevo? -dije con desconfianza.
-Alquiló el local de Anrejó. ¿Víste que cerró?
-Ni me enteré. Yo quedé devastada con el cierre de La Castellana. Después de eso pasé un año a Martinis y aceitunas, como intentando recuperar el objeto perdido.
-¿Se había olvidado algo dentro?
-Me refería a la angustia que puede causar un cierre, señor.
-Ah, ni me lo diga, doña Nené, que la mitad de las veces me olvido de ponerme calzones. Pero hablando de aceitunas, Su Alteza Real Don Juan Carlos me ha ordenado que la contactara personalmente para encomendarle una relevante misión diplomática. ¿Sería posible que ascendiera a la unidad?
-!Qué honor! -respondí, agregando una leve reverencia para el satélite antes de subir la escalera al cielo. El bondi arrancó a lo gaita y dejé una Havaiana en el jardín.
-Bienvenida al real territorio de España - me recibió un hombrecillo de barba entreverada, corto de pecho, al que renunció en favor de un pantalón gris que envolvía su humanidad como una hiedra y apenas dejaba ver los hombros de una camisa negra mal planchada. Cerraba su cuello una cadena de oro capaz de sujetar un perro bravo pero inútil para contener los manantiales de sudor que nacían en su calva. Por lo demás, don Blas Campeador de Gil y Pollas no era más alto que Cortés, ni resultó más valiente que todo aquello que uno y otro invocaban. Detrás suyo había una adarga antigua y apolillada donde descansaban varios tacos de billar y una percha con un saco de pana. La tardía siesta de un galgo viejo y flatulento era una torpe excusa al olor a rancio que se respiraba en el lugar. Solo Ana Belén parecía no notarlo, sonriendo desde un retrato dedicado a Don Blas. Estreché la mano húmeda del marqués de Gil y Pollas y me senté frente a él, en el asiento 11.
-Es usted una dama muy bella -dijo plantándome un escupitajo en la rodilla antes de darme tiempo de secarme la mano en la funda Nº 12 de López Mena.
-Gracias, señor marqués -respondí con una sonrisa algo forzada al tiempo que me estiraba la pollera de raso. Don Blas Campeador me sonrió con todo su rostro, de ojos juntos y dientes separados. Su mirada me pareció tan escurridiza como su saliva.
-Espero que no la intimiden los facilitadores, Nené.
-No, al contrario. Son una ayuda. Yo tomo Garkarin, facilitador intestinal: El empujón de un amigo. Me ayuda en el último tramo. Empecé tomando algo para el intestino delgado pero después vi que necesitaba un producto específico para el grueso, porque cada uno conoce su cuerpo y sabe lo que necesita. La tele también ayuda, ¿no? También tuve problemas de mal aliento, pero no me gusta...
-Me refería a los facilitadores diplomáticos, Nené -aclaró con una frialdad innecesaria-. Hice 218 viajes infructuosos entre Montevideo y Buenos Aires y ya es hora de que devuelva la unidad. SAR Don Juan Carlos -no López Mena, que es alteza solo acá, sino de Borbón y Zapatero- desea que usted, doña Nené, como dilecta amiga de la Corona, asista a la nueva facilitadora en todo lo que se le requiera. -Caramba, me siento honrada ante semejante demostración de confianza. ¿Y quién será la nueva facilitadora?
-Leonor de Todos los Santos de Borbón Ortiz, infanta de España. A pesar de su corta edad pensamos que logrará desarrollar su misión con madurez y…
-¡Gugú dadá! –dije con ánimo de expresar mi sorpresa.
-Es exactamente lo que ella dice. Se van a entender de maravillas, estoy seguro
-Pero marqués, si apenas tiene un año.
-Pero un año completo, Nené -dijo levantando dos dedos-, y bien vivido. Doña Leonor le aportará espontaneidad e ímpetu juvenil a este proceso.
-No estoy segura de poder aceptar -dije con franqueza.
-No la dejaremos sola, Nené. Mire que Todos los Santos son muchos santos. Es más, también podemos enviar a la infanta Elena en su ayuda. Usted la conoce bien, le enseñó sus primeras letras.
-Es cierto, varias veces. Pero se las olvida.>
-La a, la b, la… Vamos, que son difíciles para cualquiera. >
-Necesito pensarlo, su excelencia.
-No es la respuesta que esperaba, Nené. Por otro lado, yo no dejo de pensar en su sujetador de alambre. Ostias, ¿es un Patty Collins auténtico?
-Special Edition.
-Talla 46, ni me lo diga. Ojo de coleccionista.
-Creo que me tengo que ir.
-Quedaos, por favor -dijo sin cortesía alguna, oprimiendo un botón del control remoto. Sentí el inconfundible sonido de un cerrojo al trabar una puerta.
-Es que debo volver a la fiesta en la residencia Von Trapp porque los jinetes cosacos no van a estar y eso deja un hueco en la animación, antes de que llegue el chef de campo, que hará lentejas flambé en plena piscina, arriba de una colchoneta, que es un desafío, no como la pelotudez de hacer sushi en el Perito Moreno…
-Vamos, déjate de tonterías, que te daré una lección. ¿No te gustarían unos azotes?
-A mí no, gracias. Sabe, Rodríguez Perigó era afecto a las palmadillas, pero con la artritis eso lo hacía sufrir mucho, gritaba él, ¿vio?
-No te hagas la listilla, Nené -dijo dejando escapar un hilo de baba por la comisura de los labios-. Ya sabes que a los funcionarios públicos españoles nos gusta azotar a las sudacas. No sé si nos cautiva más el disfrute del golpe o la visión del machucón, de la sangre coagulada, pero es un deleite -susurró don Blas Campeador con los ojos inyectados en sangre, mientras doblaba cuidadosamente los puños de su camisa.
Ay, mi Dios, no tenía gas pimienta, ni jabón líquido, ni siquiera un etarra para tirarle en la cara al marqués. Cerré los ojos. Pronto sabría lo que es aterrizar en Barajas.
No hay caso, Nené, las hadas ya fueron.
05 marzo 2007
Coronas y coronitas VI
05 febrero 2007
Coronas y coronitas V
Coronas y coronitas V
Por Nené López-Chicheri de Rodriguez PerigóDurante el viaje a la península me costó apartar de mis pensamientos la mansión victoriana que se había fagocitado un rancho, por no hablar del caballo enmascarado. Me daba como cosa todo eso. ¿Tendría algo que ver con la globalización? Por suerte, antes de que me diera cuenta estaba persignándome frente al cerro Pan de Azúcar. De ahí hasta la residencia D' Arenberg apenas me dio el tiempo para pensar en qué me pondría esa noche. Finalmente opté por la pollera de raso blanco.
Cuando cruzamos el arco de santa ritas de la residencia "Von Trapp" le pedí a 1 Pack que se detuviera en la entrada de servicio, para ingresar discretamente. Allí nos recibió un palafrenero que le ofreció a 1 Pack un baño de balde y una cepillada en el establo. El me miró como si eso no fuera lo que estaba esperando, pero yo apelé al refranero popular gaucho:
-1 Pack, si es gratis, hasta una inyección en la cabeza.
Pasé por el toilette privado de Laetitia y salí hecha una reina. Me puse la pollera de raso, como había planeado, y una blusita de shantung verde musgo. Con la humedad que tengo en el apartamento, la blusa siempre parece recién comprada. Laeti me recibió tan cariñosamente como siempre. Estaba divina, con un vestido de viyela con pedrería en plata, botonadura en marfil y un estampado étnico soñado: una fila de guerreros masai esperando a ser vacunados por la Cruz Roja, en la delantera, y tres sioux vomitando en un bar de la reserva india, en la trasera. En el medio, la archiduquesa. Caminamos del brazo hasta el salón principal, donde una decena de invitados rodeaba a un pianista con un saco azul que había perdido la mitad de las lentejuelas. El grupo aún estaba en la etapa del ¿te acordás de…? y para conformar a todos, el músico hilvanaba desesperadamente un incómodo popurrí que enganchaba a Leonard Cohen con Los Náufragos y a La mona Giménez con Rita Pavone. Me alejé en dirección de un tarotista cuyo rostro, a la sombra de un turbante, me resultaba parecido al mozo de un bar de la calle Piedras. Pero, ay amigas, de pronto una mano se aferró fuertemente a mi brazo derecho y sus impíos dedos hendieron la blusita verde musgo. Era una mano cuarteada por las inclemencias climáticas y la historia de vida. Había sufrido –lo supe al instante– el azote del astro rey pero también sabía lo que era cosechar papa en agosto después de un aguacero o boniato en junio y plena seca, arrancando las guías con los dientes. Era también una mano veterana de muchas batallas, que así había empuñado un fierro como había empuñado un ramo de flores. Y miles de veces había empuñado el papel, aunque nunca la pluma. A mi espalda una voz masculina dijo:
-¿No le gustó la escenografía, Nené, que me la tiró al piso?
Casi pierdo el conocimiento.
-No fue mi intención –respondí presa del pánico.
Los salamines que tenía por dedos aflojaron la presión y pude liberar el brazo. Giré sobre los talones para ver el inquisitivo rostro del ministro Mujica.
-¿Qué hace usted acá? –me dijo con dureza.
-No creerá que lo estoy siguiendo –dije temblando-. En su chacra me dijeron que había salido a buscar a unos cajetillas de la Federación Rural.
-Es verdad. Me costó llegar porque había perdido la invitación –dijo en perfecto castellano mientras tomaba de una bandeja un canapé de frutos del bosque.
-Ah –respondí, pensando qué sería de mí si no hubiera interjecciones.
La situación comenzaba a distenderse y consideré que mi vida ya no corría peligro.
Laetitia acertó a pasar a nuestro lado y quiso ser cortés.
-¿Cómo se encuentra, ministro?
-Como lo diose, doña. En cuanto puédamo volvemo con la patrona a pasar unos días. ¡Somo tupamaro, laburamo la tierra y no tenemo ambicione de poder, no tenemo!
Laeti sonrió sosteniéndose el rostro y luego desapareció.
Advirtiendo mi estupefacción, el ministro Mujica dijo:
-El léxico puede tener un valor estratégico, señora.
-Ehhh…y…sí.
-Ahora que ya lo sabe todo, Nené, ¿qué piensa hacer? –dijo mientras me tomaba gentilmente del brazo y abandonábamos la sala rumbo al parque.
-Quédese tranquilo, ministro. Soy una comunicadora social uruguaya. Ni siquiera voy a decir que usted esconde al Zorro.
-¿El Zorro? – dijo con un asombro que no parecía ensayado. No, Nené, ni ahí. Yo le compré el campito a De la Vega y lo dejaba seguir escondiendo el matungo. Pero con los compañeros descubrimos que Tornado era bueno para tirar del colmador y lo incorporamos al Uruguay Productivo. Hay que verlo caminar entre los canteros sin sacarle un pétalo a un solo clavel. Un lujo.
-Ah, o sea que estaba el Zorro y estaba el caballo…
-Sí. ¿Y? –parecía confundido.
-Bueno, ¿y qué pasó?
-Que De la Vega se murió.
-Ah, llegué a pensar que usted era el Zorro –dije con desilusión.
-Y no, ¿para qué? Antes estaba Don Diego y ahora no es necesario. Además, Tornado labura todo el día y de noche no está para nada.
-Pero todavía quedan injusticias –dije titubeando.
-Claro que quedan, Nené. La rereelección, los ladrones de flores, los ladrones de motos… Pero no voy a desvestir un caballo para…
-Los ladrones de sueños –intervine para darle una nota poética al diálogo.
-Fue lo primero que dije. Bueno, me tengo que ir porque Lu me espera en Los Negros. A ver si cenamos como la gente. ¡Hay que comerse cada mortadela para ser presidente!
Mientras el ministro me abrazaba afectuosamente, un grito estremecedor atravesó la noche:
-¡Boooombaaaaa!
No hay caso, Nené, las hadas ya fueron.
(Continuará)
25 enero 2007
Coronas y coronitas (IV)
Por Nené López-Chicheri de Rodríguez Perigó

–Chicos –les dije–, Nené se va para el este... Momento, momento, no donde termina el este sino a Punta del Este.
–¿Blog? –dijo uno de mis marinos.
–Block –respondió otro, que va al nocturno de la Santiago de Chile.
–Block Internet no posible. No papel.
–Papel Botnia, papel Ence.
–Papel lamentable.
–No dialoguen, por favor –intervine–, que Nené está apurada. Les quiero decir que mañana, 31, van a ir todos juntos a Nueva Seúl a festejar el fin de año. Nené ya pagó las bebidas. Cuando salgan de la confitería, en la tarde del 1º, se van a la escollera Sarandí y sólo vuelven a casa cuando se sientan bien del estómago. Y que Nené no tenga una sola queja de la 1ª cuando vuelva, ¿eh? Cuídense –agregué con un nudo en el estómago–, que este barrio es peligroso.
Luego los abracé uno por uno, llamándolos por sus nombres. En realidad los rebauticé con cierto criterio fonético, porque debíamos encontrar un punto medio, algo reconocible para ellos y para mí al mismo tiempo. Con los ojos llenos de lágrimas dije:
–Cató, mi querido, manteneme la casa ordenada.
–Sí, Nené.
–1 Pack, nos vamos.
–Ricksha en vereda Juncal –respondió 1 Pack, orgulloso de su vehículo a tracción humana. En minutos 1 Pack corría por la rambla portuaria a pasos cortos y veloces.
–¿Península, Nené? –gritó cuando nos acercábamos a la estación de AFE.
–No, seguí por los accesos y tomá la Ruta 1. Debo pasar por Rincón del Cerro a entrevistar al ministro Mujica. Y no vayas tan rápido que el brushing se me va a la mierda. ¡Ay, 1 Pack! Me olvidé de las masitas, mi querido. Quería tener una atención con esta gente, que lleva una vida tan sufrida en el campo… Además los Mujica Topolanski cultivan flores para perfumar el mundo, sólo para eso. Qué capacidad de entrega, qué idealismo maravilloso, mi Dios.
–¿Volvemo bizcocho, Nené?
–No, pará en Saman, que voy a llevarles dos bolsas de cáscara de arroz. Me cuestan lo mismo que una bola de fraile y ellos van a saber apreciar el obsequio. Porque la gente de campo es humilde y agradecida, 1 Pack. La tierra, mi querido... A ver, esperá que Nené te va a leer algún poema pastoril de Teócrito en el viaje -empecé a hurgar en la cartera-… Ay, va a tener que ser algo de Virgilio; tengo una versión heterosexual de las Eglogas que te va a encantar.

–1 Pack, ¿en Corea las tortas echan humo?
–Solo si es torta pintada, Nené.
La curiosidad periodística me hizo descender del ricksha y tocar la torta con mis propias manos. Me quise morir cuando la vivienda se fue hacia atrás, desplomándose con un atronador ruido a lata.
–¡Ay, Dios! ¡Tumbé el rancho del ministro! –grité loca de angustia. ¡Me van a procesar con prisión! ¡Voy a terminar en la Cárcel Especial para Comunicadoras Sociales!
–¡No rancho, Nené! –gritaba a su vez 1 Pack–. ¡No rancho, no nada!
No lo van a creer, amigas, pero cuando junté el coraje para levantar la vista en dirección a la casita me encontré con que el rancho estaba pintado en un enorme cartel que ocultaba un discreto túnel vegetal que desaparecía en la oscuridad de un tupido bosque indígena. Como dos corajudos orientales, 1 Pack y yo avanzamos a tientas. Tuvimos nuestro premio cuando al llegar a un recodo del túnel encontramos una antorcha encendida. Con ella redoblamos la marcha. Aún seguíamos en la oscuridad conceptual ya que la luz que se suponía encontraríamos al final del túnel estaba en el medio o donde fuera, y al final no se veía nada. Ambos optamos por no mencionar el asunto y seguimos caminando. Cuando finalmente vimos una luz al final del túnel no dijimos palabra, y tampoco comentamos el hecho de que hubiéramos encontrado en el camino un tordillo negro y poco después un perchero con una espada en su vaina, una capa negra, un antifaz y un bozal. Pero cuando nos alejamos del túnel y salimos a campo abierto casi nos dimos de frente con una imponente mansión victoriana con seis chimeneas que tiraban humo de verdad. Quedé estupefacta.
–¿Busca al patrón? –dijo una voz chillona a mis espaldas.
Al girar me encontré con un hombrecillo sudoroso que cargaba un grueso atado de leña. Su cuerpo, cubierto con harapos, se balanceaba mientras sus pies descalzos buscaban apoyo en la aspereza del barro seco.
–Busco al ministro Mujica –respondí, sin saber si estábamos hablando de la misma persona.
–Anda pa’ Punta Espinillo, buscando a unos cajetillas de la Federación Rural.
–¿El rancho del ministro existe? –quise saber. No podía apartar los ojos del palacete.
–Cómo no, está ahí adentro.
–¿Adentro de la mansión?
–En el living. Pero se usa cuando viene la prensa, nomás.
-Ah. La mansión es como una muñeca rusa, qué lindo. Bueno, señor, nosotros nos vamos porque tenemos una fiesta informal en la península.
1 Pack acomodó las dos bolsas de cáscara de arroz sobre el atado de leña que llevaba el buen hombre. Le agregué mi tarjeta y carretera por Los Panchos.
–¿Etitia? –preguntó 1 Pack cuando ya rodábamos por la Interbalnearia.
–Etitia no. Laetitia. Vamos a lo de La-e-ti-tia. Y callate, por favor, que esto de que el Zorro es un caballo no me termina de entrar en la cabeza. Estoy deseando llegar a Punta para ver gente normal.
No hay caso, Nené, las hadas ya fueron.
14 diciembre 2006
Coronas y coronitas (III)
Coronas y coronitas III
Por Nené López-Chicheri de Rodríguez Perigó
No les puedo decir lo emocionante que fue la boda de Genoveva y Cayetano, en el Palacio de Las Dueñas, en Sevilla. Los preparativos insumieron cuatro largos años –desde que nacieron los mellizos- y concitaron toda la atención de los sevillanos, los nobles, que departían animadamente dentro del palacio y los plebeyos, que al rigor de la intemperie se vendían entre sí toda suerte de humeantes snacks artesanales, desde garrapiñada a postas de pescado y los había que compraban unas y otras para luego vender tapas agridulces. En esa postal se atascó el carruaje de la novia, en cuyo pescante viajaba esta servidora desde Madrid, como un lacayo, sosteniendo la cola del vestido - dos metros de voile de organza en seda natural con incrustaciones de encaje y unas florcitas en degradé, divina, divina -, que salía por la ventanilla.
- ¡Me lleva! – exclamó Genoveva al ver que el carruaje se movía entre las masas como el pez en el barro.
Yo advertí el peligro en las miradas hostiles que se adivinaban más allá del espeso humo. Entrar a Las Dueñas era peor que salir de Versailles. Volví a oír la voz de la novia, ya temblorosa, dirigiéndose a mí.
- ¡Nené, ¿estáis ahí?!
- ¡Sí, m´hija! – respondí -. ¡La humareda no me deja ver! ¡Cómo me va a quedar el pelo, la puta que lo parió!
- ¡¿Nené, cuidáis la cola?!
- ¡No es momento para daros consejos matrimoniales! ¡No os hagáis la chiquilla y salvadme de la turba, por el amor de Dios!
Sin embargo, en el interior del carruaje la familia de la novia y los mariachis habían sido ganados por la desesperación y solo se oían gritos de angustia.
- ¡Cochero – grité con todas mis fuerzas -, apurad a las bestias! ¡Lanceros, a la carga! –agregué para intimidar a la muchedumbre que nos rodeaba.
Quiso la buena fortuna que finalmente los doce corceles blancos se abrieran paso entre y sobre los simples y llevaran su cargamento de sudacas a la seguridad del Palacio de Las Dueñas. Me sentí feliz de poder soltar la cola de la novia, que olía a grasa rancia. Genoveva descendió del carruaje y antes de que los invitados advirtieran su presencia me tomó del brazo y apuró el paso hasta una pequeña sala con un hogar donde ardían varios leños. Advertí que la tristeza había invadido su bello rostro.
- Nené... – dijo casi en un susurro, mientras una lágrima rodaba por su mejilla. Extraño Jalisco.
- No te pongas así, mi corazón – le dije mientras buscaba en la cartera material absorbente. A ver, a ver esa carita triste – la consolé, secando una lagrimita con un pedazo de papel estraza que decía “cuarto de yerba, 3 huebo, $ 14”.
- No me quiero casar con ese guarro – me confesó Genoveva.
- El amor viene después, mi querida, tené paciencia.
- Hace cuatro años que vivimos juntos, Nené. ¿Cuánto más tengo que esperar?
- Ya vas a conocer a alguien que te ame, te lo aseguro, y que puedas amar.
- Entonces, ¿no me caso?
- Por supuesto que sí. Para eso vine hasta acá, con viáticos y todo – le dije tomándola de la chaquetita bordada en microcristal glasé, un sueño.
La empujé suavemente hasta la puerta, donde la esperaba ansioso su padre y padrino, quien además aportó el capital de giro del enlace, ya que los dueños de Las Dueñas solo pusieron el decorado. Mientras le retocaban el peinado a Genoveva me escurrí hasta la capilla del palacio, donde reencontré a lo más granado de la aristocracia española. Nené para acá, Nené para allá, casi me pierdo el ingreso de Cayetano, del brazo de su madre y madrina, la duquesa de Alba. El novio vestía el elegante uniforme de maestrante de la Real Maestranza de Sevilla, consistente en pantalón negro y chaqueta roja con botones dorados y charreteras bordadas en plata, con un gorro de penachos blancos. No sé por qué lo imaginé metiendo la cabeza en la boca de un león.
Cuando completé mis apuntes sobre su vestimenta le presté atención al propio Cayetano. Mi Dios, cargaría en la conciencia el peso de haber arrojado a esa hermosa chica al vacío, tal era la expresión del noble rostro. A su lado, su madre llevaba en el pelo una flor similar a la de aquella duquesa de Alba que Goya inmortalizara hace ya siglos. El parecido fisonómico de ambas era sorprendente, aunque la actual duquesa parece un Goya llevado de la mano de Quino.
Qué emoción cuando entró Genoveva del brazo de su padre, mientras los mariachis Aguas de Querétaro entonaban La prima lejana, en versión ranchera funky. Lloré de verdad y me tuve que secar las lágrimas con la estola de la baronesa de Valle Miñor. Qué novia más divina. En el altar fue recibida por Cayetano, que la miraba con adoración, y como preámbulo a la ceremonia litúrgica el coro de viaje jalisqueño Vinimos a Quedarnos – agrupación de 110 integrantes - comenzó a interpretar exquisitamente La Guadalupana.
Luego llegó el turno de la prosa. El marqués de Henares leyó un emotivo pasaje de Platero y yo, interrumpido por los sollozos del novio al llegar a “relleno de algodón”; fue seguido por el niño Pedrito de la Manola, que calculó mal el perímetro de un poliedro, en tanto Manuel Fraga, agendado para leer El lazarillo de Tormes, prefirió hacer gala de su habilidad en origami, con un equino que le dio unidad temática al conjunto de destrezas.
No pude calmarme hasta que Genoveva, ya casi condesa de Salvatierra, pronunció “sí, quiero”, porque no viajé hasta Sevilla para quedarme con una página en blanco y tener que devolver los viáticos. Al finalizar la ceremonia pasamos al salón de reuniones del segundo piso del palacio, una bellísima estancia sobre la galería que domina “un patio de Sevilla y un huerto claro donde madura el limonero”. Sí, amigas y fieles lectoras de Antonio Machado, es el patio del Palacio de Las Dueñas al que hacía referencia el poeta en sus versos. Sin embargo debo aclarar que mi colega de Hola! trasmitió información errónea al afirmar que Machado conocía el palacio por haber vivido en una casa aledaña “que su familia había alquilado a los Alba”. No, no y no, mi querida. Ya lo ha dicho el propio Machado: “Nací en Sevilla el año 1875 en el Palacio de las Dueñas. Anoto este detalle no por lo que tenga de señorial (el tal palacio estaba en aquella sazón alquilado a varias familias modestas), sino por la huella que en mi espíritu ha dejado la interior arquitectura de ese viejo caserón.”
La duquesa de Alba estará encantada de que enmendemos este error. Por lo demás, ¿quién no ha tenido que convertir alguna vez su residencia en conventillo, como los Alba, o en petit hotel, como en mi caso? De todas maneras es sabido que los niños pobres de Sevilla siempre han sido bien recibidos en el Palacio de las Dueñas, donde pueden jugar en el patio, correr por las galerías y quedarse a merendar, si lo desean.
No hay caso, Nené, las hadas ya fueron.
Ver:
Coronas y coronitas I
Coronas y coronitas II
06 diciembre 2006
Coronas y coronitas (II)
CORONAS Y CORONITAS II
Por Nené López-Chicheri de Rodríguez Perigó
- Cómo me hincho cuando viajo en avión – exclamó Camilla Parker-Bowles mientras tomaba dos cañones de crema simulando que eran una sola pieza de artillería repostera, un arte bien conocido por quienes asistimos a siete vernissages por semana como estrategia de sobrevivencia.
Charles de Inglaterra me dedicó una sonrisa seductora y aproveché para encender el grabador y dejarlo sobre la mesa. Lo miró con desconfianza, pero luego hizo un gesto de aprobación.
- Su Alteza, ¿qué lo trajo a Uruguay en representación del Consejo Mundial de Casas Reales?
Charles se inclinó hacia mí y susurró:
- Tenemos tendencia a la repetición, Nené.
- ¿En la escuela?
- En la genética. Los príncipes y reyes llevamos siglos repitiendo genes.
- ¿O sea?
- Que somos como aburridos... Yo no, usted lo ve.
Asentí enérgicamente.
- Y los soberanos de Tailandia tienen un pibe con dos cabezas – agregó Charles. El rey está deshecho, pero su hermana está peor. Es primeriza.
- Dos cabecitas... Bueno, pero es más que tener un solo niño... – comenté con sinceridad.
Su Alteza titubeó.
- Celebro su optimismo, Nené. En verdad se puede ver la cuna medio llena o medio vacía, ¿no?
- Siempre hay dos bibliotecas – acoté con seguridad.
- También, pero eso ya pertenece a la decoración, Nené –respondió con un ligero gesto de perplejidad.
- Lo sigo, lo sigo, Su Alteza.
- Bien. Para decirlo darwinianamente, las casas reales constituimos una especie exitosa, pero dejaremos de serlo si no buscamos la diversidad. Solo alcanzaremos ese objetivo si abrimos las puertas a nuevas sangres, de nuevas casas reales.
Charles Philip Arthur George Windsor agregó con tono rimbombante:
- Uruguay, Nené, es nuestra primera opción.
De pronto sentí que los músculos faciales no me respondían, como si estuvieran bajo los efectos de un potente anestésico.
- ¿Se siente bien, Nené?
- Agá.
- ¿Segura? –intervino Camilla -, creo que todo esto la ha movilizado.
- Agá.
En verdad la sorpresa me había movilizado la dentadura y no lograba volver a encajarla en su sitio.
- ¿Un vaso de agua o un cognac?
- Goniá, pod favod.
Mordí una cucharilla de plata y la agité convulsivamente hasta que logré llevar la dentadura a su lugar, mientras mis anfitriones simulaban sentirse cautivados por los bañados que sobrevolábamos.
- Su Alteza – pronuncié con claridad al cabo de dos interminables minutos - ¿acaso le ha propuesto usted a la República Oriental del Uruguay que se convierta en una monarquía?
- Un royal franchising, para ser preciso. El Reino de Uruguay y Sandwich del Sur, un archipiélago obsequio.
El Reino de Uruguay, qué belleza. Pero yo no pensaba dejar de trabajar, porque una baronesa bien puede dirigir una novel y prestigiosa revista, a la que llamaría...
- Cricri.
- ¿Qué pasó?
- Me refiero a que su cognac está servido. Se distrajo un poco, Nené.
- Es cierto – dije con vergüenza - pensaba en los beneficios que esto traería al Uruguay y su gente. Porque el rey... ¡¿Quién sería el rey?!
Su Alteza Real esbozó una sonrisa y agitó las orejas.
- Es un austero administrador y un preclaro hombre de ciencia.
- ¿Magurno?
- Tibio, Nené, tibio.
- Charles, no asustes a Nené – lo reprendió la duquesa de Cornwall.
- Está bien –exclamó el príncipe, al tiempo que cubría el grabador con una tartita de manzana - ¿Cómo le suena Su (P) Alteza Real Don Tabaré Vázquez Rosas de Arbolitoilateja?
- ¡No te puedooo! – exclamé, para luego ahogar mi propio grito con tres dedos de cognac.
- Como lo oye, Nené – afirmó Camilla mientras sacaba su tejido de una bolsa y se disponía a enhebrar las agujas. A mí no me cierra, qué quiere que le diga. Me gusta más Lacalle, que tiene pantalones de montar blancos y botas de caña de charol.
- ¿Qué significa la “(P)”?
- Promitente – explicó Camilla sin levantar la vista de su tejido.
- Sinceramente, Sus Altezas, la posibilidad de una monarquía me halaga, pero el presidente Vázquez jamás se apartaría del camino republicano. Lamentablemente esa iniciativa no integra el programa del Frente. Él no es el hombre que buscan.
- Nené, un hombre es lo que el Real Servicio Secreto dice que es – cerró el príncipe-. Y creo que al hacer este viaje seguimos un buen consejo.
- ¿Quiere decir que aceptó?
- Bueno, dijo que en principio si... no... que no es un acuerdo pero se siente comprometido con la iniciativa y la consultará con su fuerza política.
- ¿Sí o no?
- El sí está en camino. Démosle tiempo, Nené, para ordenar la casa.
- Ah, tiene razón, porque entre los mandados y los desfiles está que no puede más, la pobre. Hace meses que no encera, y eso que Pablo Suárez le hizo unos patines di-vi...
- A Mr. Vázquez, Nené – Charles agitó las orejas, haciendo volar todas las servilletas.
- Claro, ya entendí. Es una idea maravillosa, SAR, pero ¿funcionará en un país con tradiciones republicanas tan fuertes? – dije señalando al piso del avión.
- Mi querida Nené, no olvide que ustedes fueron vecinos de Don Pedro II y que San Martín era coloniense. Por no decir que el Rey Arturo sacó la espada de la piedra de la Florida. Y creo que en la mesita de luz tengo una cálida carta que recibió Jorge III del Congreso de 1813.
- Fíjese si tiene alguna del Chueco Maciel a Robin Hood – sugerí entusiasta, pero a Sus Altezas no pareció gustarles la idea.
- Por otro lado – siguió el príncipe de Gales-, como parte del aggiornamento abrazarán la fe protestante, obvio.
- ¿Y la estatua del Papa?
- Al tren fantasma, después de la segunda curva. Por lo demás el escudo tendrá una corona en lugar de la vaca y la bandera tendrá un escudo, af cars.
- ¿Y la vaca?
- Al escudo de Burger King.
- ¿Y las papeleras? – pregunté ansiosa.
- El papel ya fue, Nené. Pongan una fábrica de discos duros.
- ¿Y la corona de S(P)AR Don Tabaré?
- Stella McCartney se ofreció a diseñarla con ágatas y amatistas, querida – me informó Camilla. Yo aproveché que tenía el centímetro y le medí la caja craneana a Mr. Vázquez. Por su parte la corona de Doña María Auxiliadora será un espinoso diseño del reverendo Amílcar Macalister.
- Está todo pensado – dije con satisfacción.
- Absolutamente todo – subrayó Charles entusiasta. La familia real se mudaría al Palacio Taranco y Anchorena se llamaría Nuevo Camelot.
- Reino de Uruguay – dije como para mí.
- Y Sandwich del Sur – agregó la duquesa.
- No sé si el gobierno argentino se tragará ese sapo, que además es una redundancia. Ya somos el sandwich del sur.
- Cuando el sapo viene de Londres se lo come relleno de gofio – dijo Charles terminante.
- ¿Y dónde quedo yo, Su Alteza Serenísima? – deslicé con la merecida esperanza de que se gestionara un modesto título nobiliario en mi favor.
- Aquí, justamente. Peyton ha encendido la luz roja, señal de que encontró donde aterrizar.
- Oh.
Tras una rápida y cálida despedida en la pista del aeropuerto de Melilla, mis anfitriones partieron rumbo a Londres. A la salida del campo de aviación un quintero se ofreció a llevarme en una Chevrolet vieja y despintada.
- ¿Viene de lejos? – me preguntó el buen hombre.
- Ni se imagina – respondí mirando la puerta sin manija.
Segunda despedida, esta vez en el Camino Pérez y Ruta 5, donde me bajé con tres atados de puerros y una ristra de ajos. No hay caso, Nené, las hadas ya fueron.
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27 noviembre 2006
Coronas y coronitas (I)

Por Nené López-Chicheri de Rodríguez Perigó
- ¡Pero después nos levantamos! - aseveré con cierta molestia, sintiendo herida mi idiosincrasia.
- Digo la siesta de Charles. Baje la voz, por favor.
Aparté mi vista de la penillanura para posarla en la humanidad de Su Alteza Real, el 89º heredero al trono de Inglaterra, que dormía plácidamente frente a mí. Su aspecto no se parecía en nada al de unos minutos antes, cuando al pie de la escalerilla del avión su elegante figura, ataviada con el uniforme de comodoro de la Prefectura de Avon, se recortaba con prestancia contra el cielo anaranjado. Indiferente a las miradas de admiración de la multitud y al rugido de las turbinas de su pájaro de metal, el príncipe Charles daba la última clase de protocolo real a la pareja presidencial uruguaya.
- De pie - ordenó a la primera dama.
- Estoy de pie, Su Alteza.
- Oh, sorry. ¿Recuerdan lo que sigue?
El presidente Vázquez y su esposa pronunciaron ¡whisky! y se inclinaron respetuosamente 90º, manteniéndose inmóviles en esa posición. No volvieron a ver el rostro del hijo de Isabel II, que desapareció escalerillas arriba. Protocolarmente la visita real había llegado a su fin. SAR ocupó un lugar junto a la duquesa y se abrochó el cinturón.
- Los zapatos me aprietan terriblemente, Camilla - susurró Charles con flemática angustia.
- No son tuyos, cariño, son míos.
- ¿Y por qué usas zapatos de la Marina Real?
- Déjalo así, ¿quieres?
Charles hizo una mueca de perplejidad y luego reclinó su asiento, mientras la aeronave comenzaba a carretear por la pista. Entonces observé a Camilla, quien había pegado su rostro a la ventanilla con gesto de desaprobación.
- ¿Qué es eso, Nené, usted que es de acá?
Ah la perinola. La primera dama, con su vestido de organza azul con apliques de pipas y canesú de yaguareté, nos seguía a toda carrera. Por encima de las turbinas del avión se la oía gritar con desesperación "¡La medallita, la medallita!".
- Es la esposa del presidente - debí reconocer.
- Parece gritar algo de una medallita. Qué pésimo acento.
- Se refiere a un postre, Su Alteza - respondí restándole importancia al episodio.
- Que lo mande por valija diplomática - sentenció la duquesa de Cornwall al tiempo que corría la cortinilla de shantung con encajes.
Luego, dirigiéndose al piloto, ordenó:
- Acelere, Peyton.
- Si, my lady.
Ahora estábamos lejos del republicano aeropuerto de Carrasco, atravesando nubes a 800 kilómetros por hora. Camilla se descalzó y comenzó a frotarse los pies.
- ¿No tiene a nadie que haga eso por usted, duquesa?
- Al comandante Peyton. Hace unos masajes de pies maravillosos, pero últimamente dice tener problemas con el piloto automático y eso le impide realizar otras tareas que me consta lo llenan de orgullo nacional. Peyton es descendiente de Tobías Peyton, cochero de la familia real desde 1326. Desde entonces, todos los Peyton han conducido los vehículos reales. Oh, pero qué tonta soy, Nené, usted quería pedirme autorización para masajearme los pies, ¿no es cierto?
- Yo lo siento por usted, querida.
- Mire, duquesa, el príncipe tiene reflujo.
De la real boca de Charles de Inglaterra manaba un hilo de baba que inundaba sus condecoraciones. Camilla tomó un pañuelo y le trapeó la cara a su cónyuge, quien despertó ligeramente sobresaltado.
- Camilla, Nené - nos saludó con una sonrisa cortés mientras se acomodaba en su asiento, adoptando una postura acorde a su rango.
- Su Alteza - saludé a mi vez, estirándome un poco la pollera de raso blanco.
Me sentía comodísima, como si estuviera charlando con amigos tan cálidos y sencillos como una y casi olvidé que estaba en el real avión británico con el único objetivo de entrevistar al príncipe Charles acerca de su misión especial en Montevideo, representando a todas las casas reales del mundo. Empecé a ponerme un poco nerviosa. Había salido de Montevideo con tres cuotas de los gastos comunes del edificio y 200 pesos que me quedaban en el cajero. Pero también debía volver. Además mataba por un baño.
- Su Alteza Real, ¿recuerda que después de la entrevista me iban a arrimar?
- Of course, Nené.
Sonó distinguidísimo. Af cars, Nané. Lo dijo con un acento en el cual se mezclaba lo más rancio de Buckingham Palace con la humilde hospitalidad de los montañeses de Gales. Se me puso la piel de faisán. Nené -me dije-, éste es tu lugar en el mundo. Largá todo, Nené, que en el viejo continente puede haber una corona para vos.
- Sí, gracias, debo enviar un fas a mi tía Gregoria.
- Yo también tuve una tía Gregoria, dijo Charles. La pobre fue envenenada en 1208, durante una guerra intestina. En todas las familias se cuecen trufas.
- Claro, Su Alteza y después pagan los intestinos, como dice usted - respondí agarrando la cartera y poniéndome de pie. Hice una reverencia de entrecasa y volé hacia el baño, donde entre otros reales menesteres completé esta columna.
Mi Dios, hoy me vence la Ute. No hay caso, Nené, las hadas ya fueron.
(En el próximo número se develarán los motivos de la visita real a Montevideo)