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17 agosto 2007

De Tucumán a Venezuela (breve pausa vacacional)

Leyendo Del 1/2, me entero que en Tucumán un grupo de agentes municipales secuestró una muestra de contratapas de la revista Barcelona. Según cuenta el dueño de la librería exhibidora, primero intentaron sobornarlo y ante su negativa, empezaron a arrancar las gigantografías, que cargaron en camionetas que ni siquiera tenían patentes legales. Me resulta difícil transmitir el enorme grado de indignación que me producen esta y algunas otras cuestiones que han sucedido en los últimos días, que no hacen más que darme ganas de transformarme en William Foster por 24 horas nomás. Sólo eso pido: un día de inimputabilidad por emoción violenta o demencia paranoide, para salir con la Itaka y darme un par de gustos.


Podría pensarse que 15 ñoquis idiotas andaban aburridos por las calles de Tucumán y no se les ocurrió mejor idea que pretender coimear a un librero para hacerse con unos pesos para las empanadas. Pero no. Eso sólo lo harían tres o cuatro, pero no 15 juntos. Y no en Tucumán, el reino de Domingo Bussi (Wikipedia debería ahorrar espacio y limitarse a poner reverendísimo hijo de puta), donde esta clase de prácticas -y muchas otras peores- fueron habituales durante años. Es más que obvio que las contratapas de la revista Barcelona están lejos de ser potenciales elementos desestabilizadores de gobierno alguno, aunque es sabido que a la hora de bajar línea, el humor es la mejor excusa para evitar lidiar con juzgados y gente demasiado sensible. El asunto es que los ignorantes no necesitan pretextos sino chivos expiatorios: lo mismo les da Barcelona que una exhibición de acuarelas marinas de la cuñada del líder de la oposición. El objetivo es que se sepa que un grupo de quince personas que dijeron formar parte del gobierno municipal (aunque nunca exhibieron identificación alguna), se robó una exhibición entera, previa solicitud denegada de soborno y encima repartiendo alguna que otra piña. Seguramente no pase nada, más allá de una denuncia del librero y un par de líneas en algún diario.

Porque a la hora de la verdad, últimamente no pasa nada. Mejor dicho: pasan cosas pero no hay consecuencias. Desde hace un tiempo, parece que todos quienes nos gobiernan a nivel regional se han puesto de acuerdo para tomarnos por imbéciles. Para colmo, ya ni siquieran se molestan en inventarnos alguna historia algo creíble sino que se lavan las manos de la manera más impune que se haya visto en las últimas décadas. Por lo menos algunos de sus antecesores tuvieron la delicadeza de endulzarnos con paridades monetarias insostenibles, por lo que durante un buen tiempo no tuvimos tiempo de ver sus cagadas porque estábamos muy ocupados viajando o comprando licuadoras en 12 cuotas.

A la cabeza de esta moda gubernamental se encuentra el presidente argentino, que debo aclarar merece el mayor de mis respetos, por su enorme capacidad para hipnotizar a un pueblo entero que está siendo saqueado por los cuatro costados y aun así elegirá a su mujer como futura presidenta de la Nación. En cuestión de dos meses, se destaparon tres o cuatro tarros que en un país medianamente serio producirían una crisis institucional preocupante (acá, un excelente resumen de Carlos López Matteo, cuándo no), pero no en Argentina. Y el caso de la valija del venezolano es el mejor ejemplo de toda esta cuestión. Chávez y Kirchner dicen que ellos nada tienen que ver, aunque estén involucrados funcionarios y empresarios de ambos gobiernos. Se tiran la pelota uno al otro y de este lado todos miramos, dejándonos tomar por idiotas.

Uruguay también tiene su capítulo en esta historia. Aunque se habló más por el hecho de que el venezolano huyó hacia Miami vía Montevideo, lo cierto es que en el cuestionado vuelo también viajaba Ruth Berhrrenes, que en primera instancia fue identificada como funcionaria de PDVSA en Uruguay. En un principio, la petrolera desmintió la información pero ayer confirmó a El Observador que Berhrrenes acaba de ser nombrada gerente de Relaciones Interinstitucionales de la empresa y se radicará en nuestro país. La pregunta entonces sería por qué PDVSA insiste en hacerle creer a la opinión pública que nada tiene que ver con el asunto, a través de comunicados como este, publicado ayer en todos los diarios nacionales.



Finalmente, no fue la posible invasión venezolana la que me hizo retornar brevemente. Gracias a El Observador, logré darme cuenta que lo mío no era más que paranoia infundada. Dudo que 15 balas les alcance para mucho:


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