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04 diciembre 2007

Una más

Continuando con la apasionante serie El peladín de la inmundicia, esta vez es el turno del modestísimo (gran) Marcelo Jelen desde las páginas de La Diaria de ayer:

Sin compasión
Por Marcelo Jelen

A buena parte de los periodistas uruguayos les fascina mirar al norte. El profesionalismo de Estados Unidos es referencia obligada. Ese paradigma inspira, en las aulas y salas de redacción de por acá, valores como la precisión, el rigor, la verindependencia, la equidad, la honestidad, la claridad, la creatividad. Pero la compasión, que siempre figura entre los primeros dos o tres valores del ranking estadounidense, rara vez se menciona en esta orilla del mundo, como si se tratara de un vicio de periodistas maricones. “La pasión por la excelencia es maravillosa, pero sin la compasión estará hueca”, escribe Gregory E. Favre, que dirigió una decena de diarios y da clases de ética en la escuela de periodismo Poynter Institute, en el estado de Florida.

Todo esto viene a cuento porque Ignacio Álvarez, conductor del programa televisivo “Pan y Circo” de Canal 10, visitó el barrio 40 Semanas. Y lo que mostró el miércoles fue tan hueco como un pan sin miga o un circo sin alma. Cruel.

Varios niños del lugar se refirieron en el reportaje a sus condiciones de vida y las de sus vecinos. Álvarez y sus productores ya deberían conocer las posibles consecuencias de identificar a menores en situación de riesgo ante un público masivo: el año pasado en Zona Urbana, su programa de entonces, exhibió un video pornográfico protagonizado por una adolescente cuyos compañeros de liceo la reconocieron por el bikini.

En aquella ocasión, al menos, tuvo el prurito (inútil) de pixelar el rostro de la menor. Esta vez, no. Un gurí habló ante cámaras sobre la pistola nueve milímetros de su padre. Otro señaló la casa donde viven “una manga de lateros” y se ufanó de su bicicleta “robada de ahí, de Instrucciones”. Un hombre joven con una bebé en brazos se lamentó por los “rastrillos” que roban cables y focos del alumbrado. Un fumador de pasta base, de edad indefinida, dijo: “Si quiero salir a ganar algo salgo lejos, como Pocitos y eso.” El único rostro borrado en la edición fue el del chofer de Álvarez, quien narró el asalto que sufrió frente a la sede de una organización no gubernamental. Los miembros de esa organización se negaron a acompañar al periodista en su recorrida porque “no quieren que se estigmatice al barrio”. Y cuánta razón tenían.

La estrella invitada de Pan y Circo, el ex guerrillero Jorge Zabalza, orgulloso habitante de la periferia pobre de Montevideo, indoblegable oteador del “horizonte insurreccional”, escudo de los pobres, nada hizo desde el estudio para defender, en vivo, a sus compañeros de ignominia escrachados en la misma pantalla. Pero tu revolución, Tambero, estaba siendo televisada, y con eso estarás satisfecho.

Luego de emitir su programa, Álvarez fue a su casa, en un barrio seguro, por cierto. Aquellos niños seguían ocupando su desapacible lugar en el mundo, rodeados de padres armados, ladrones de bicicletas, rastrillos y lateros a los que minutos antes habían delatado por televisión. Si Álvarez durmió tranquilo, si logra dormir tranquilo por estas noches, la compasión le sigue patinando.

Los periodistas de Estados Unidos, en cuyo espejo quieren mirarse muchos de sus colegas uruguayos, repiten una frase para resumir la buena práctica de la profesión: “Conforta al afligido y aflige al acomodado.” Lo que hizo Pan y Circo el miércoles también puede resumirse, y con menos palabras: periodismo de mierda.

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