Ayer murió Guillermo Waksman. Durante un buen rato estuve esperando que alguno de los portales informativos hiciera un obituario decente, más que nada porque a cualquiera de sus periodistas no le hubiera costado más esfuerzo que levantar el culo de la silla y preguntarle a alguno de sus colegas algún recuerdo de "Batman", ya que con seguridad, al menos uno de los presentes habría trabajado junto a él. Pero todos se limitaron a la mención de su papel en la fundación y dirección del semanario Brecha o las razones de su muerte (equivocándose en su edad) y el horario y lugar en que iba a ser velado y eso, sumado a su culto al bajo perfil, hicieron que las posibilidades de escribir algo digno sobre Waksman quedaran un tanto limitadas. Está bien, también podría haber marcado algún número, pero hasta ahora nadie me paga por esto así que no hay necesidad de tomarse trabajo al santo botón.
Por esa misma razón es que voy a tomar prestados los textos de Pablo Alfano y Marcelo Pereira, el primero desde su blog y el otro desde su diario, para ilustrar qué decir cuando se va un gran periodista:
Por esa misma razón es que voy a tomar prestados los textos de Pablo Alfano y Marcelo Pereira, el primero desde su blog y el otro desde su diario, para ilustrar qué decir cuando se va un gran periodista:
Adiós Decano
Por Pablo Alfano
Publicado en La mirada paraláctica - 09.01.2008
Ayer tempranito me avisaron desde la redacción de Brecha que "Batman" había muerto. Era previsible porque desde hacía meses la venía remando contra una enfermedad para nada fácil de sobrellevar. Aún a sabiendas de ello, y a que en los últimos días su salud había empeorado, con la noticia se me atoró algo en la garganta.
Las crónicas con estilo de obituario señalan que Guillermo Waksman fue cofundador del semanario Brecha, periodista y durante unos cuantos años su director. "Un gran periodista", "un periodista de verdad", y otros elogios, todos absolutamente merecidos, escuché en radio, televisión y leí en la prensa.
Pero había otro Waksman. Para los más veteranos era "Batman" apodo que llevaba orgulloso. En su diminuto escritorio había dibujos y hasta fotografías colgadas en la pared donde él aparece, con una sonrisa cómplice, luciendo una remera del superhéroe.
Para los más jóvenes era "El Decano". Así lo bautizó la camada de periodistas más jóvenes de Brecha en una de esas reuniones de los viernes donde se discutía de todo y rara vez se arreglaba algo. Por su cara, de entrada nomás le agradó el nuevo apodo.
Detrás de esos gruesos bigotes se escondía un tipo tranquilo que nunca dejaba entrever enojo o bronca por algo, equilibrado y puntilloso a más no poder de la información y del lenguaje. Cultivaba la puntualidad por sobre todas las cosas. Eran resabios de su estadía forzada en Suiza, uno de los tantos países donde estuvo exiliado durante la dictadura cívico-militar.
El Decano era de la vieja guardia, pero con una mentalidad abierta a lo que aportaban los más jóvenes. No era de esos veteranos periodistas a los que les costó la vida ingresar al siglo XXI, navegar en Internet y adaptarse a las "nuevas" tecnologías.
Era generoso con todos al punto de abrir su agenda, o pasar aquel datito que siempre mejoraba un poco más una nota. Rara vez juzgaba a alguien y hacía gala de un sentido del humor que pasaba de lo infantil a lo filoso con una celeridad sorprendente.
Los periodistas que alguna vez cubrimos casos de corrupción, delitos de cuello blanco, o tuvimos que enfrentar un plantón eterno frente a la puerta de un juzgado muy de vez en cuando íbamos a "robarle" el prolijo ejemplar que tenía del Código Penal o el de la Constitución. Aunque no era necesario. El Decano se conocía los principales artículos penales y constitucionales casi de memoria. Es que había trabajado en los "viejos juzgados de instrucción", decía mientras se reía, décadas antes de que el periodismo lo atrapara para siempre.
Profesaba una forma didáctica para explicar a los más nuevos, incluso recién llegados al semanario, que estaban equivocados en tal o cual enfoque. Por eso no sólo fue un periodista de verdad y con mayúsculas sino que durante los más de 22 años que estuvo en Brecha además de ejercer el periodismo, fue un maestro, en el sentido amplio de la palabra.
¡Adiós Decano! Te vamos a extrañar...
Guillermo Waksman (1944-2008)
Por Marcelo Pereira
Publicado en la diaria - 09.01.2008
Lo conocí cuando él andaba por los 40 años, una edad que a mí, sin cumplir todavía 27, me parecía mucha. La edad de un tipo que había sido adolescente cuando Fidel entró triunfante a La Habana, que había escrito en Marcha y que estaba por volver del exilio. Poco más de un año después empezamos a cruzarnos en la redacción de Brecha, donde yo me entreveraba de atrevido y él lograba destacarse entre leyendas.
Como periodista sumaba virtudes poco frecuentes: no concebía el oficio como algo distinto del compromiso político, pero sabía tomar distancia de los hechos y de sus propias convicciones con un rigor enorme; escribía notablemente bien, y le sobraban cultura, inteligencia y sentido del humor para jugar de taquito con las palabras, pero ponía la claridad por encima de su propio lucimiento; cavilaba mucho antes de llegar a una conclusión, y podía ser muy tenaz -también muy valiente- en la defensa de sus opiniones, pero siempre pedía otros puntos de vista antes de publicarlas, y los tomaba en serio.
En su período como director de Brecha, de 1993 a 1999, tuvo la inteligencia y la generosidad de abrir el proyecto, compartiendo el poder con gente más joven y muy distinta a él; puso la cara por todos en el aprendizaje de la independencia, y cuando le tocó quedar en minoría lo aceptó con grandeza. Todo eso fue crucial para que el semanario alcanzara logros mucho más trascendentes que la mera supervivencia.
Cuando nos conocimos, a mediados de 1984, yo llevaba a Buenos Aires noticias de la reciente desproscripción parcial del Frente Amplio: compartimos incertidumbres acerca de la salida de la dictadura que se estaba gestando, e intercambiamos impresiones sobre las resistencias de adentro y de afuera. Desde entonces nunca discrepamos en nada fundamental.
Teníamos una diferencia de edad escasa para ponernos en posiciones de padre e hijo, y demasiado grande para hermanos, pero ideal para que el menor aprendiera en el trabajo compartido. Traté de hacerlo durante todos estos años, y me faltaba todavía mucho.
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