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29 marzo 2008

¡Vade retro, señoras!

En 19878, tras la publicación de su libro "Los 100: un ranking de las personas más influyentes de la historia", Michael H. Hart fue duramente criticado por considerar que el primer puesto le correspondía al profeta Mahoma, fundador del Islam y así haber relegado a Jesucristo a un tercer puesto, detrás de Isaac Newton. En la introducción de su libro, Hart abría el paraguas y explicaba que a pesar de la sorpresa que su elección pudiera causar, estaba justificada por el hecho de que Mahoma fue "el único hombre en la historia que tuvo absoluto éxito tanto en el plano religioso como en el político". El debate sobre la lista de Hart continúa hasta estos días, más que nada porque muchos fundamentalistas islámicos la toman como referencia.

Sin duda, la elaboración de listas del estilo "Los 100 (sustantivo a gusto) más (adjetivo idem)" nunca está exenta de posteriores discusiones, sobre todo cuando los datos utilizados para su confección no son fácilmente definibles. Desde hace más de 20 años, la revista Forbes publica anualmente decenas de listas de diversa índole: partiendo de la conocida enumeración de las personas más ricas del planeta, pasando por las 25 empresas tecnológicas de mayor crecimiento hasta trivialidades tales como las ciudades más pecaminosas de Estados Unidos o los mejores autos para estudiantes universitarios. Dentro de las listas que el resto de los medios internacionales se toman en serio, se encuentra la que consigna las 100 mujeres más poderosas del mundo, donde Forbes tiene en cuenta aquellas integrantes del género femenino que "hayan traspasado ciertos límites". Elizabeth MacDonald y Chana Schoenberger, las periodistas encargadas de su confección, explican que "la mayoría dirige compañías, gobiernos u organizaciones no gubernamentales, o están muy cerca de la directiva y una pequeña parte ha establecido relaciones de poder de otras maneras como una jueza, una escritora o una empresaria de la industria del entretenimiento". El puntaje, agregan, se basa en una combinación de popularidad (evaluada por citas de prensa) e impacto económico. En la última edición, publicada en 2007, se encuentran 66 ejecutivas de negocios y unas 34 mujeres relacionadas con la política.
En esa misma línea, se encuentra The Time 100, la lista de la revista Time que tuvo su origen en una edición especial publicada en enero de 1999 en la que se consignaban las 100 personalidades más influyentes del siglo XX. Tras la repercusión obtenida, el consejo editorial decidió confeccionar un listado anual de las 100 personas más influyentes a nivel mundial, que se publicó por primera vez en abril de 2004 y para cuya conformación se seleccionan 20 personas en cada una de sus cinco categorías: Líderes y revolucionarios, Constructores e innovadores, Artistas y personajes del entretenimiento, Científicos y pensadores y Héroes e íconos.

Siguiendo los pasos de Forbes y Time, la edición del sábado de El Observador publicó una lista de los 100 uruguayos más influyentes, cuya introducción intenta aclarar los motivos de la selección:
Son uruguayos a los que otros uruguayos escuchan, obedecen, miran, admiran, copian, quieren, odian o rechazan. Muchos de ellos no son ni siquiera conocidos por la mayoría, pero son personas que de una u otra manera influyen en los comportamientos, las opiniones, el destino y el humor de sus compatriotas. Esta lista fue elaborada con base en propuestas recogidas entre los periodistas de El Observador, armada, desarmada, pulida y vuelta a armar varias veces. ¿Son los únicos influyentes? No. ¿Hay quienes deberían estar y no están, y otros que están y no deberían? Es un hecho. Hay elementos objetivos que permiten medir el ascendiente de ciertas personas pero, ante todo, la influencia es un factor subjetivo, personal e intransferible. Sin embargo, estas relatividades, como tantas otras en la vida, no deben impedir acciones y definiciones, como la hechura de la lista que sigue, que seguramente es polémica.
Quizás para que esa polémica se limite únicamente a la selección de personajes, el diario no categoriza ni establece un orden numérico por grado de influencia sino que se limita a nombrarlos en orden alfabético. La nota inicial propone considerar si poder e influencia son lo mismo, si van de la mano o si se puede ostentar uno sin necesidad del otro y consulta a tres especialistas con posiciones bien definidas. Teresa Herrera, de la consultora homónima, cree que el poder no es "sólo político y económico" y que en Uruguay "está distribuido entre las más diversas profesiones y actividades". En cambio, el ensayista y sociólogo Felipe Arocena considera que "la sociedad uruguaya es 'político-céntrica'", por lo que "para ser influyente hay que ser político" y que aun los empresarios con poder económico, "siempre tienen que tocar a alguien de un partido político, rodearse, o contactar a algún político para que sus demandas tengan cierta posibilidad de que se cumplan". El analista político Romeo Pérez apoya en parte la postura de Arocena porque "los políticos influyen más que otras profesiones", aunque destaca que "los procesos culturales, económicos, y religiosos son bastante independientes de la política”.

A juzgar por la selección realizada por El Observador, el poder de influencia de la sociedad uruguaya está en manos empresariales. En cuestiones como esta, y teniendo en cuenta el perfil económico que tuvo el diario desde sus inicios, cuesta no ponerse un poquito suspicaz y cuestionar alguna presencia en el listado. Por caso, Marcel Branaá, director de la curtiembre Zenda (ex Branaá), que si bien es el tercer exportador de Uruguay, su grado de influencia podría discutirse durante horas.

La teoría "político-céntrica" de Arocena se debilita un poco al ver los poco más de 15 estadistas listados: los ex presidentes Jorge Batlle, Luis Alberto Lacalle y Julio María Sanguinetti, los actuales ministros Danilo Astori, Eduardo Bonomi, Gonzalo Fernández y Héctor Lescano y el ex ministro José Mujica, además del presidente Tabaré Vázquez y los dirigentes Jorge Larrañaga y Julio Marenales son los políticos más influyentes de la sociedad nacional. No involucrados directamente con la política, pero cercanos a su órbita se encuentran Enrique Iglesias, Oscar Magurno, Julio César Maglione, el jefe de la brigada antidrogas Julio Guarteche, la fiscal Mirtha Guianze, la jueza Anabella Damasco y la secretaria de la bancada herrerista, Ita Heber.

En el área del arte y la cultura, los personajes más influyentes serían Mario Benedetti, el escritor Roy Berocay (también referido como periodista), Juan Campodónico, Tabaré Cardozo, Darwin Desbocatti (no Carlos Tanco), Jorge Drexler, Estela Medina, Eduardo Galeano, Gerardo Griecco (director del Teatro Solís), Natalia Oreiro, el arquitecto Carlos Ott, Jaime Roos y el cineasta Pablo Stoll. Las otras tres personalidades cuya inclusión no se entiende bajo ningún concepto son Fabián Fata Delgado, el tenor Erwin Schrott y Jordi Labanda. La influencia de Delgado era constatable hace casi 10 años, cuando la "Pizza Muzzarella" torturaba desde cuanto parlante anduviera en la vuelta y los estratos sociales que siempre escupieron a la cumbia le dieron la bienvenida en todas sus reuniones sociales. En el caso de Labanda, considerar que un diseñador que salió de Uruguay con 3 años (y cuya carrera se desarrolló plenamente en el exterior), puede tener un mínimo grado de influencia en la sociedad uruguaya es de un grado de estupidez similar al de las tilingas que compran sus sobrevalorados productos en Magma. Mismo concepto para Schrott, que no vende ropa pero canta ópera y su desarrollo profesional ocurrió fuera de este país.

Los periodistas o comunicadores que lograron hacerse un lugar en la lista son Ignacio Alvarez, Emiliano Cotelo, Jorge Da Silveira, Ramón Díaz (también nombrado como economista y abogado), Omar Gutiérrez, Carlos Maggi, Víctor Hugo Morales, Julio Sánchez Padilla (de quien también se menciona su faceta empresarial como dueño de CITA) y los publicistas Claudio Invernizzi y Carlos Ricagni. Danilo Arbilla, ex director del semanario Búsqueda, es definido como "empresario periodístico". Sorprende la ausencia de Federico Fasano: mal que les (nos) pese a muchos, su influencia es más que notoria en varios ámbitos*. No así la de un periodista como Víctor Hugo Morales, que por más de lo que diga su cédula, en los últimos años no ha participado en ningún medio nacional pero parece que nos influye notoriamente.

Otros de los personajes incluidos son los abogados Ignacio de Posadas, Daniel Ferrere, Nicolás Herrera y Conrado Hughes, los médicos Guillermo Dighiero, Henry Engler, Ciro Ferreira y José Leborgne, los sacerdotes Nicolás Cotugno y Pablo Galimberti y algunos historiadores, sociólogos o analistas políticos como José Pedro Barrán, Oscar Botinelli, Gerardo Caetano, Luis Eduardo González y Germán Rama. En el ámbito deportivo, además de Paco Casal como empresario contratista, se ubican Juan Ramón Carrasco y el dirigente de Danubio, Arturo del Campo.


Si bien aborrezco algunas arcaicas consignas feministas que algunas mujeres siguen esgrimiendo en pleno siglo XXI, creo que esta vez me voy a poner de su lado cuando pidan la hoguera para la sarta de misóginos que armó esta lista. No desde la misma posición, claro está, sino desde una mirada algo más objetiva. De 100 personajes consignados, sólo 5 son mujeres.

¿Es lógico que bajo el mandato del único gobierno que permitió una mayor participación femenina en cargos de poder o confianza se excluya a cualquiera de las ministras actuales o pasadas? ¿Realmente Marcel Branaá, Jordi Labanda o el Fata Delgado son más influyentes que ministras que tienen (o tuvieron, en el caso de Azucena Berrutti) a toda la Policía, las fuerzas armadas, la educación o la salud pública nacionales bajo su cargo?
No quiero imaginar el grado de calentura que deben haber alcanzado ayer legisladoras actuales o pasadas como Glenda Rondán, Mónica Xavier, Margarita Percovich o Beatriz Argimón, periodistas como Mónica Bottero, Lil Bettina Chouy o María Urruzola. Habrá que ver qué dicen.

* Actualización: un par de lectores me avisan que Fasano sí está incluido en la lista publicada en la versión impresa, aunque en la transcripción a la digital se les perdió por el camino. Tipo pícaro, Federico.

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