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29 abril 2008

Enterrando inocencias

El pasado viernes 25, César Di Candia ofreció una charla en Florida, invitado por el grupo de maestros jubilados José Pedro Varela. Allí, entre relatos de su carrera y alguna que otra anécdota, el periodista recordó cuál fue la primera lección que aprendió sobre el oficio: "nunca escribas contra los avisadores del medio, porque esa nota no va a salir".

De todos los temas de debate que el periodismo nacional tiene en el debe, ese es uno de los principales. Por más que muchos nos rasguemos las vestiduras ante semejante afrenta a uno de los principios más básicos de la profesión, lo expresado por Di Candia no hace más que reflejar una realidad latente en la inmensa mayoría de los medios de comunicación. Incluso sería bueno ampliar el criterio e incluir todas aquellas otras cuestiones que puedan afectar de alguna manera -no sólo económica- a alguno de los dueños/directores de cada medio. Recuerdo haber mencionado en este espacio el caso de una nota sobre el "gurú" Brian Weiss que no fue incluida en el suplemento Qué Pasa por considerar que podía afectar la sensibilidad de una de las integrantes de la familia Scheck.

Por más que no se esté de acuerdo con Di Candia, sería insensato no reconocer que lo asiste cierta razón. "No escribir contra los avisadores del medio" debería incluirse en un decálogo pegado en la pared de todos los salones de cada universidad donde se enseñe comunicación, aunque más no sea para discutirlo. Las clases de periodismo suelen exaltar su faceta altruista y salvo algunas honorable excepciones, muchos docentes -en el caso de que sean periodistas- suelen dedicar un tiempo respetable a destacar los principios básicos de objetividad y ética, cuando deberían sincerarse y prevenir a sus estudiantes ante ciertas cuestiones que tarde o temprano deberán enfrentar en su carrera profesional. De más está decir que el principio de Di Candia no se aplica (o al menos, no debería aplicarse) cuando el perjuicio provocado por algún avisador o proveedor sea de tal interés para la población que su ocultación redunde en un notorio perjuicio público. Como ejemplo, una nota -esta vez sí publicada- del Qué Pasa en agosto de 2006, sobre los niveles de contaminación de la planta de Fanapel en Juan Lacaze. Aunque finalmente (y a pesar de las declaraciones de Alicia Torres, directora de la DINAMA, en cuanto al "escándalo" que provocaría la publicación de las mediciones en aquel entonces), la difusión del artículo no haya tenido mayores consecuencias, sirve para discrepar en parte con la aseveración del periodista en Florida.

A continuación, la crónica de la charla de Di Candia, gentileza de Emilio Martínez Muracciole, responsable del semanario Alternativa en el mencionado departamento:
Los entierros de mi inocencia
Publicado en Alternativa
28.04.2008

Cuando César Di Candia quiso darle su primer beso al periodismo, recibió una bofetada. Había preparado un informe sobre la explotación a la que estaban siendo sometidos los trabajadores de una arrocera rochense. En su artículo describía hasta el mínimo detalle del sistema de vales de cartón que la patronal emitía para no dar dinero a los obreros, obligándolos a comprarle a la propia arrocera lo que necesitaban para sobrevivir.
El entonces aspirante a periodista conocía a un editor de un importante diario montevideano. Era el padre de un amigo suyo, por lo cual tenía un pie adentro del medio. Iba a arrancar con ese informe, que prometía tener repercusiones. Cuando cerró los ojos y acercó sus labios para vivir el momento mágico del primer beso, sintió cómo una mano explotaba en su mejilla. El padre de su amigo le explicó que aquella arrocera era anunciante del diario, por lo cual tenía que olvidarse de la posibilidad de publicar el artículo. “Ahí aprendí mi primera lección sobre periodismo: nunca escribas contra los avisadores del medio, porque esa nota no va a salir”, explicó Di Candia el viernes pasado, tras narrar la infortunada historia, en una tertulia organizada por el grupo de maestros jubilados José Pedro Varela de la ciudad de Florida.

Lo llamativo es que en ningún momento se manifestó resignado ante esa escena que, según contó más tarde, se le confirmó como regla en muchos de los diarios para los que trabajó. Dejó ver que fue sólo la desilusión del principio; supongo que después se acostumbró a la regla de tener que evitar temas, o simplemente datos, para no chocar con avisadores y evitar así la censura de los editores. Sumó anécdotas a la tertulia, dejando claro que no sólo era cuestión de empresas que publicitaban, sino también de personas “respetadas” por la dirección del medio para el cual se escribe. Entre anécdota y anécdota, justificó que ello fuese así, pues los medios no son empresas que vivan de caridad, sino que son eso, empresas, y como tales necesitan que les vaya bien en los negocios.

Di Candia no dijo nada que no se sepa, ni que esté fuera de lo que pueda catalogarse de real, pero igual así me sorprendió por cómo tiene internalizado el asunto, como si fuese un tema sensato, lógico. Le pregunté dónde quedaba la credibilidad del periodista si éste estaba dispuesto a no incluir datos relevantes en sus notas, o directamente a no abordar determinados temas para poder mantenerse en el medio. Se limitó a responder que durante los once años que estuvo en Búsqueda gozó de la más absoluta libertad para poner lo que quiso, y que incluso los editores se enteraban de quién era el personaje de su entrega el día antes de ser publicada la entrevista.
En el mismo tono, insistió más adelante que su experiencia le enseñó a no subirse a “caballos podridos” para no caerse, pero siguió sin referirse a ello como una valla para trabajar libremente, sino abordándolo como una condición laboral más a la que uno se somete sin objeción alguna, pues es una norma básica e incuestionable. Al menos así se percibió.

Y yo, que asisto seguido al entierro de mi inocencia, continué con otras preguntas, buscando convencerme de que aquello sólo era una mala interpretación mía sobre la concepción del prestigioso periodista. Pero no. Atento a que había comentado que los editores eran los que cargaban con el trabajo de no dejar pasar las notas que atentaran contra avisadores o “amigos” del medio, le pregunté sobre un editor en particular, sobre un defensor cerrado de la libertad del periodista para escribir sobre quien sea y sobre lo que sea (siempre y cuando maneje datos veraces). Le pregunté si ahí no había un caso donde el periodista se podía sentir tranquilo para elegir el tema y obtener datos. Me dijo que sí, que “puede ser”, pero que así le había ido a ese editor por “hablar más de lo que podía hablar”. Es “brillante” –dijo-, pero “no entendió” que contra algunos “no se puede” escribir, y narró a grandes rasgos el hecho que alejó al periodista en cuestión del último medio para el cual trabajó como editor.

Tuve después la oportunidad de un mano a mano con Di Candia. Fue ameno y fugaz. Hablamos un poco más sobre esto último. Le expliqué que como lector quería ver a ese editor trabajando, pero siendo como son las cosas, lo prefería fuera de los medios, porque es una señal de que se mantuvo defendiendo y reclamando las libertades básicas para trabajar y ser creíble. Reconoció que es admirable (si bien no lo dijo, dejó claro que lo veía como un ‘romántico’), pero siguió justificando la situación tal como está planteada, con la libertad de empresa por encima de la de expresión y de información.

El viernes no lo terminé bien. Andaba, como otras tantas veces, arrastrando el féretro de mi inocencia, como mi amigo que estudiaba su mayor vocación, Derecho, y un día fue a consultar a un conocido abogado sobre cómo se dirimía un caso hipotético, y el profesional lo despertó que eso lo acordaban los patrocinantes “por afuera”, lo que “siempre fue así y seguirá siendo así”, por más que choque contra las normas morales y hasta con las jurídicas. Es –supongo- la realidad innegable, pero no única ni justificable.

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