Que los hombres desean obedecer a un jefe es una verdad de Perogrullo. Es obvio que el mundo sería un caos si no tuviera jefes. Los pobres harían cosas de pobre: robar a los ricos, destruir plazas y parques, etcétera. ¿Y saben por qué? Porque los pobres son así. Roban cualquier cosa y encima rompen todo. Por eso tienen casas tan horribles.
Aunque no lo crean, al común de la gente le cuesta entender estas cosas tan simples. Por esa razón, en esta columna, yo, Candelaria de San Isidro, me dedicaré a la ingrata tarea de explicarte a vos, asalariado resentido, cómo deberían ser las cosas si aspiramos a que el mundo sea perfecto. Asimismo, dejo constancia de que esta columna es una oferta de Daniela, quien tiene especial interés en que aporte mis invaluables enseñanzas al resto del mundo, o sea ustedes.
Para aquellos que aún no me conocen les cuento que el destino quiso que naciera en el seno de una familia aristocrática, es decir que por naturaleza divina me corresponden una serie de privilegios económicos y sociales. Además, cuento con muy buenos contactos familiares que me permiten dedicarme a la profesión periodística.
Desde hoy, y gracias a mi amistad con Daniela, es que comienzo a trasmitir mi sabiduría a gente como ustedes. Aclaro, eso sí, que por más que me lean jamás van a llegar a ser como yo.
Por suerte cuento con bastante ayuda; alguna, incluso, totalmente insospechada. Para los que aún dudan de mí, les informo que Regis Debray, un filósofo mundialmente famoso, piensa como yo, Candelaria de San Isidro: "Los hombres desean obedecer a un jefe".
Sin embargo, cabe decir que recientemente, este fue tema de un arduo y aún no resuelto debate en este blog. El problema se desencadenó cuando el director de un conocido medio tuvo la mala idea de cuestionar, mediante una “aclaración”, a un periodista y por esta razón, entre otros problemas, se le rebeló el ombudsman y desató la ira de varios lectores que se indignaron ante lo que consideraron una gran injusticia. Acá dejo el link al atrapante e interesantísimo debate.
Como ven, mi columna puede ser absolutamente esclarecedora para reflexionar sobre este tipo de problemas.
Como venía diciendo, Regis Debray señala que "los hombres desean obedecer a un jefe". Como es la primera vez que oigo hablar de Regis Debray, busqué en Google y ahí me enteré que es filósofo, francés y se hizo famoso por su amistad con Fidel Castro y el Che Guevara. O sea, un comunista como ustedes, aunque con una gran diferencia: él no es de los que trabaja ocho horas por día.
“En democracia se ha instaurado una suerte de hipocresía”, opina Debray. “La gente dice que el jefe no es bueno, que es algo superado, que hay que burlarse de él. Sin embargo, todavía hay jefes, e incluso los hay cada vez más”.
A todo esto, el periodista le formula una pregunta complicada: “¿Por qué razón?”, cuestión que de ninguna manera agarra desprevenido a Debray: “Porque hay una constante que atraviesa la historia, que es lo político. En el fondo, lo político consiste en evitar lo peor. ¿Y qué es lo peor para un grupo humano? La desunión, el desmembramiento, la disolución. El jefe existe para lograr la unidad. Sea donde sea -en un equipo de fútbol, una empresa o un país-, el jefe es el que mantiene la cohesión o produce la unidad en el seno de una multitud…. El jefe es, siempre, un hombre de palabras. Una palabra que cristaliza, que dinamiza, que construye el rebaño.”.
Esta respuesta amerita dos reflexiones. Primero, seguramente no notaron que Regis Debray afirma que el jefe es siempre un hombre. Pero yo sí. A mi estas cosas no se me pasan por alto. Por algo yo tengo una columna en un medio prestigioso y vos te quemás las pestañas escribiéndole las notas de opinión a tu jefe.
Debray será comunista pero no hay duda de que no es un hipócrita. Esto llama poderosamente la atención en un tiempo en que el denominador común entre los intelectuales del mundo entero es rasgarse las vestiduras a favor de los derechos de la mujer por el sólo hecho de ser políticamente correcto. Excepto, claro, en Pakistán y ese tipo de lugares.
Esto es totalmente obvio. Cualquiera sabe que la mujer nació para obedecer. Y si no, pregúntenle a las chicas de la tribu del hermano de Sardar Fateh Unrani.
La segunda reflexión sería que, con esta declaración, quedó totalmente en claro cuál es el rol del jefe en la sociedad. Les explico: el principal problema es que la democracia se volvió demasiado democrática. Cualquiera opina y por eso reina el caos. Esos cualquiera imponen sus ideas nefastas y de esa forma, atentan contra el bien común y la unidad del grupo.
¿Quién puede discutir la noción de autoridad? Sólo unos pobres diablos como ustedes que en un mundo perfecto nunca llegarían a jefe porque no tienen dinero, propiedades ni posición social. Típico cuestionamiento de asalariado resentido.
Yo creo que gran parte del problema se debe a que nadie se los supo enseñar. A eso voy. Tal vez vos, que en tus ratos libres tenés que lustrarle los zapatos a tu jefe para que te suba el sueldo, no lo entiendas. Pero Yo no soy como vos. Yo nací con privilegios. Por eso Yo te voy a explicar: tu lugar es servir café.
Esta gentuza se aprovecha de los ingenuos y hábilmente los convence de que es mejor un mundo sin jefes. Miles de inocentes caen en las redes de estos pérfidos y taimados empleaduchos capaces de cualquier cosa en su descontrolada ambición por llegar a jefe sin ningún tipo de mérito. Como bien explica Debray, lo peor que nos puede pasar es quedar en manos de estos grupitos de subversivos que siembran el caos y la desunión en el rebaño. Es por eso que necesitamos un jefe que nos lleve de la mano y nos diga qué pensar.
El periodista sigue con sus observaciones fastidiosas: “Usted afirma que en la sociedad actual hay un auténtico deseo de jefe”. Pero nuestro notable intelectual resulta indemne y sale totalmente airoso del acoso periodístico: “eso puede entenderse en dos sentidos. Uno que es muy feo y que quiere decir sentir el deseo de ser jefe. Aunque, después de todo, ¿quién no tiene ese deseo? Pero también existe el deseo de tener un jefe. La gente desea tener un jefe cuando se siente amenazada por la disolución”
Esta parte no es nada fácil de entender. Por suerte estoy yo: resulta que sentir deseos de ser jefe es muy feo. NO. Debray no explica por qué es muy feo sentir deseos de ser jefe, pero no se olviden que ustedes son unos pobres ignorantes del tercer mundo y él es filósofo, francés y reconocido en el mundo entero, a pesar de su amistad con la chusma cubana. Así que si Regis Debray dice que querer ser jefe es muy feo: es muy feo y punto.
Ahora bien, fíjense qué curioso: TODOS tienen el deseo de ser jefe. Esta aparente paradoja no es tal. Pasa que ustedes no son filósofos, por eso no entienden nada. Es muy feo querer ser jefe pero es sumamente recomendable que reprimas tus deseos de ser jefe. ¿Que no podés? Muy fácil. Andá al psicólogo que es un profesional especialmente entrenado para enseñarte a reprimir ese deseo irrefrenable de ser jefe.
Ahora yo, Candelaria de San Isidro, me pongo en tu lugar y hago una pregunta bien tonta: ¿Cómo llega alguien a jefe si reprime su deseo de serlo?
Evidentemente, los profundos e insondables misterios de la filosofía son imposibles de develar por la mente de cualquier mortal. Es claro que se trata de un problema de una complejidad filosófica tal, que escapa totalmente a la comprensión de gente como ustedes, unos don nadie del tercermundo con un sueldo de risa. Así que mejor dejen de preguntar pavadas y sigan leyendo.
“Un jefe debe cuidar su imagen. El jefe que se deja ver con demasiada frecuencia en remera, haciendo jogging, corre el riesgo de perder su autoridad. El rey tiene dos cuerpos: uno profano y uno sagrado. Uno simbólico, el de su imagen oficial, ese que permite construir el imaginario colectivo, una imagen magnificada, solemne, y el cuerpo físico. Cuando se muestra demasiado ese cuerpo físico, se revela el individuo. Y el individuo es como los otros. El jefe es un colectivo individualizado, un colectivo sublimado. Es necesario que el jefe sea una sublimación.”
Regis Debray será comunista pero no deja de ser francés. Es un cheto.
Obviamente, un jefe que no cuida la imagen, no es un ser superior. No está destinado a ser un gran jefe. Es un empleaducho encubierto. A no ser que seas una chiruza de clase media que trabaja en una tienda, usa desodorante barato y tiene la nariz perforada o un asalariado que todos los días viaja en el transporte público a la oficina a cumplir sus rigurosas ocho horas diarias de trabajo esclavo, esta idea de Debray es fácil de entender.
Sin embargo, en este punto queda claro que Debray no tiene la menor idea del tipo de personajes que en los últimos tiempos, mal que nos pese, incurrió en la política latinoamericana. Es natural. Él vive en París, la capital del buen gusto y el buen vestir. Hasta los pobres usan harapos de Dior y perfume francés. Un paraíso en el cual hay igualdad social. No se bañan los pobres ni tampoco los ricos.
En cambio, nosotros vivimos en América Latina. Acá no hay igualdad social. Algunos nos bañamos, otros no. Por eso viajar en el transporte público es una odisea. El subte es un carnaval de pulgas, mugre y músicos fracasados.
Pero no todo está perdido. Y si no, miren a Lula. Un obrero que hoy es presidente y se viste bien. Lo mismo pasa con Evo, ahora un símbolo del nuevo indigenismo cool. Lo cierto es que si nuestros políticos siguieran los consejos de Debray y aprendieran a vestirse bien, nos sublimarían a todos. Así dejaríamos de ser latinoamericanos y volveríamos a ser europeos, como antes.
Y sigue Regis: “La autoridad es moral es imaginaria, no reposa sobre la fuerza bruta. No es una cuestión de músculos ni de número. La autoridad es una cuestión de creencia o de conocimientos. El maestro tiene autoridad en una clase. Es necesario que la tenga, de lo contrario, se producirá un desorden y el pequeño cacique del curso terminará por tomar el poder. Eso no será bueno ni para los alumnos ni para el conocimiento. Creo que la autoridad es la protección contra el poder. Y no creo ser reaccionario diciendo esto. Porque tratar de que un petimetre no termine creyéndose el patrón es justamente la democracia.”
Y por supuesto, después de esta excelente nota, tampoco podía defraudarnos al final. Debray concluye con esta brillante definición de democracia: “No creo ser reaccionario diciendo esto. Porque tratar de que un petimetre no termine creyéndose el patrón es justamente la democracia.”
Lo dice Regis Debray.
¡¡¡HAPPY HALLOWEEN!!!
31 octubre 2008
Los hombres desean obedecer a un jefe
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3 comentarios:
Bien dicho. Hacía falta un poco de cordura en este espacio tan propenso a llenarse de psicobolches mugrientos.
Yo nunca voy a entender por qué el negrillo pseudo-intelectualete promedio tiene tanto problema con aceptar estas verdades tan categóricas, con asumir calladito y obediente su posición bajo el miembro de la autoridad y con ser parte de una masa sin personalidad, pero al mismo tiempo les encanta pertenecer a una hinchada de fóbal o ser uno más en el ganado que se apelotona para ver una banda de rock.
Tristemente cierto, incluso en San Isidro :)
Es una gran verdad, Eclipse. La plebe siempre está buscando dioses.
Mares, eso me tiene preocupadísima. Es inevitable el contagio. San Isidro también se está volviendo demasiado democrático.
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