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25 enero 2007

Coronas y coronitas (IV)

¡Volvió Nené! Nuestra corresponsal estrella no descansa ni en vacaciones. Después de perseguirnos por toda la costa durante la primera quincena reclamando sus haberes adeudados, finalmente nos encontró (hay que reconocerle la tenacidad). Como no teníamos un mango ni un mísero cupón de canje, la arreglamos con tres panchos y un chopp. Contenta y satisfecha, nos perdonó la demora del pago y nos dejó la primera de sus crónicas estivales:

Coronas y coronitas IV
Por Nené López-Chicheri de Rodríguez Perigó

Cómo extraño a mis huéspedes. No los veo desde la tarde del 30 de diciembre, cuando me subí a un banquito en medio de la sala y agité la campanilla de plata hasta que el último de ellos abandonó su habitación. En pocos segundos estaba rodeada de una marea de orientales.

–Chicos –les dije–, Nené se va para el este... Momento, momento, no donde termina el este sino a Punta del Este.
–¿Blog? –dijo uno de mis marinos.
–Block –respondió otro, que va al nocturno de la Santiago de Chile.
–Block Internet no posible. No papel.
–Papel Botnia, papel Ence.
–Papel lamentable.
–No dialoguen, por favor –intervine–, que Nené está apurada. Les quiero decir que mañana, 31, van a ir todos juntos a Nueva Seúl a festejar el fin de año. Nené ya pagó las bebidas. Cuando salgan de la confitería, en la tarde del 1º, se van a la escollera Sarandí y sólo vuelven a casa cuando se sientan bien del estómago. Y que Nené no tenga una sola queja de la 1ª cuando vuelva, ¿eh? Cuídense –agregué con un nudo en el estómago–, que este barrio es peligroso.

Luego los abracé uno por uno, llamándolos por sus nombres. En realidad los rebauticé con cierto criterio fonético, porque debíamos encontrar un punto medio, algo reconocible para ellos y para mí al mismo tiempo. Con los ojos llenos de lágrimas dije:

–Cató, mi querido, manteneme la casa ordenada.
–Sí, Nené.
–1 Pack, nos vamos.
–Ricksha en vereda Juncal –respondió 1 Pack, orgulloso de su vehículo a tracción humana. En minutos 1 Pack corría por la rambla portuaria a pasos cortos y veloces.

–¿Península, Nené? –gritó cuando nos acercábamos a la estación de AFE.
–No, seguí por los accesos y tomá la Ruta 1. Debo pasar por Rincón del Cerro a entrevistar al ministro Mujica. Y no vayas tan rápido que el brushing se me va a la mierda. ¡Ay, 1 Pack! Me olvidé de las masitas, mi querido. Quería tener una atención con esta gente, que lleva una vida tan sufrida en el campo… Además los Mujica Topolanski cultivan flores para perfumar el mundo, sólo para eso. Qué capacidad de entrega, qué idealismo maravilloso, mi Dios.
–¿Volvemo bizcocho, Nené?
–No, pará en Saman, que voy a llevarles dos bolsas de cáscara de arroz. Me cuestan lo mismo que una bola de fraile y ellos van a saber apreciar el obsequio. Porque la gente de campo es humilde y agradecida, 1 Pack. La tierra, mi querido... A ver, esperá que Nené te va a leer algún poema pastoril de Teócrito en el viaje -empecé a hurgar en la cartera-… Ay, va a tener que ser algo de Virgilio; tengo una versión heterosexual de las Eglogas que te va a encantar.

Apenas culminaba la égloga 2ª cuando advertí que el ricksha se detenía y 1 Pack empujaba una lustrosa portera de ñandubay. El paisaje llenó mi espíritu con una mezcla de gozo y sosiego. Extensos canteros de coloridos tulipanes agitados por la brisa parecían corretear de extremo a extremo de la pequeña parcela, al tiempo que millardos de claveles primor se inclinaban con gracia frente a mí. Algo más allá flameaban ruidosamente dos modestos invernáculos y junto a ellos se erguía un humilde galpón con un cartel que rezaba “Sala de packing”. Fue recién entonces que descubrí la pequeña morada de los Mujica Topolanski. Era una austera vivienda de barro y otros nobles materiales de la zona. Un perro sesteaba junto a la puerta, apoyando la cabeza en un felpudo que decía “Welcome”. Sobre el alféizar de una ventana se dibujaba una humeante torta a la sombra del alero.

–1 Pack, ¿en Corea las tortas echan humo?
–Solo si es torta pintada, Nené.

La curiosidad periodística me hizo descender del ricksha y tocar la torta con mis propias manos. Me quise morir cuando la vivienda se fue hacia atrás, desplomándose con un atronador ruido a lata.

–¡Ay, Dios! ¡Tumbé el rancho del ministro! –grité loca de angustia. ¡Me van a procesar con prisión! ¡Voy a terminar en la Cárcel Especial para Comunicadoras Sociales!
–¡No rancho, Nené! –gritaba a su vez 1 Pack–. ¡No rancho, no nada!

No lo van a creer, amigas, pero cuando junté el coraje para levantar la vista en dirección a la casita me encontré con que el rancho estaba pintado en un enorme cartel que ocultaba un discreto túnel vegetal que desaparecía en la oscuridad de un tupido bosque indígena. Como dos corajudos orientales, 1 Pack y yo avanzamos a tientas. Tuvimos nuestro premio cuando al llegar a un recodo del túnel encontramos una antorcha encendida. Con ella redoblamos la marcha. Aún seguíamos en la oscuridad conceptual ya que la luz que se suponía encontraríamos al final del túnel estaba en el medio o donde fuera, y al final no se veía nada. Ambos optamos por no mencionar el asunto y seguimos caminando. Cuando finalmente vimos una luz al final del túnel no dijimos palabra, y tampoco comentamos el hecho de que hubiéramos encontrado en el camino un tordillo negro y poco después un perchero con una espada en su vaina, una capa negra, un antifaz y un bozal. Pero cuando nos alejamos del túnel y salimos a campo abierto casi nos dimos de frente con una imponente mansión victoriana con seis chimeneas que tiraban humo de verdad. Quedé estupefacta.

–¿Busca al patrón? –dijo una voz chillona a mis espaldas.
Al girar me encontré con un hombrecillo sudoroso que cargaba un grueso atado de leña. Su cuerpo, cubierto con harapos, se balanceaba mientras sus pies descalzos buscaban apoyo en la aspereza del barro seco.

–Busco al ministro Mujica –respondí, sin saber si estábamos hablando de la misma persona.
–Anda pa’ Punta Espinillo, buscando a unos cajetillas de la Federación Rural.
–¿El rancho del ministro existe? –quise saber. No podía apartar los ojos del palacete.
–Cómo no, está ahí adentro.
–¿Adentro de la mansión?
–En el living. Pero se usa cuando viene la prensa, nomás.
-Ah. La mansión es como una muñeca rusa, qué lindo. Bueno, señor, nosotros nos vamos porque tenemos una fiesta informal en la península.
1 Pack acomodó las dos bolsas de cáscara de arroz sobre el atado de leña que llevaba el buen hombre. Le agregué mi tarjeta y carretera por Los Panchos.
–¿Etitia? –preguntó 1 Pack cuando ya rodábamos por la Interbalnearia.
–Etitia no. Laetitia. Vamos a lo de La-e-ti-tia. Y callate, por favor, que esto de que el Zorro es un caballo no me termina de entrar en la cabeza. Estoy deseando llegar a Punta para ver gente normal.
No hay caso, Nené, las hadas ya fueron.

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