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07 mayo 2007

De bueyes perdidos

El periodista Gerardo Bleier, director del Área de Comunicación de Presidencia de la República, participó esta noche de un debate en la Universidad ORT con motivo del Día Mundial de la Libertad de Prensa. Además de Bleier, el panel estaba conformado por Joel Rosenberg y Alejandro Nogueira como invitados y Leonardo Haberkorn - coordinador académico de periodismo de la universidad - como organizador del evento.
La charla comenzó con una algo extensa alocución de Bleier acerca de la libertad de prensa en Uruguay y sus intenciones (y por ende, las del gobierno actual) en referencia al tema. También hizo referencia a la manoseada reforma del estado (esa de la que todos hablan pero nadie sabe muy bien qué es) que al parecer, también incluye "reglas claras" en cuanto al ejercicio de la libertad de expresión y de prensa. Si bien su afirmación de que el gobierno frenteamplista es el que, en los últimos 25 años, ha ejercido menos presión sobre los medios o periodistas provocó varios gestos de sorpresa en las caras de los presentes, los otros dos participantes confirmaron sus dichos basados en sus experiencias personales.
En medio de alguna de sus múltiples intervenciones, Bleier mencionó al pasar un hecho que en el momento no generó demasiadas reacciones, pero a la hora de las preguntas del público se convirtió en el punto más caliente de la noche. El periodista contó el caso de una colega, afín al Partido Nacional, que trabajaba en una radio del interior de la que fue despedida por su permanente postura crítica al gobierno departamental, en manos del mencionado partido. Luego de su despido, la periodista llamó a Bleier para contarle lo sucedido y acto seguido, Bleier se comunicó con el director de la radio para solicitar, con éxito, la reincorporación de la funcionaria despedida. La anécdota pasó sin demasiada pena ni gloria hasta que casi sobre el final del debate, un colega sugirió que dicha actitud era reprobable. Bleier se mostró sorprendido y se justificó diciendo algo así como que mientras estuviera a su alcance, ningún periodista sería despedido a causa de sus opiniones. Venía bien hasta que alguien le recordó que era un funcionario presidencial y que lo que él veía como su buena acción del día, otros podrían interpretarlo como un acto de presión de esos que una hora antes había aclarado que no tenía este gobierno. Pero la mejor parte llegó cuando una estudiante le manifestó su desconfianza acerca de cuán claras serían las reglas que pretendía imponer si él era el primero en corromperlas. Esta última palabra, que la estudiante pronunció en forma casi inaudible seguramente porque anticipó la respuesta, provocó que Bleier levantara su tono de voz monocorde y prácticamente le gritara que "de ninguna manera" iba a permitir que lo llamara corrupto. Las caras de sorpresa volvieron a aparecer acompañadas de alguna que otra risa por lo bajo, hasta que Bleier bajó las revoluciones y solicitó disculpas aduciendo que la sola mención de la palabra "corrupción" lo sacaba de sus casillas. Acto seguido comenzó una breve discusión gramatical entre los asistentes acerca del uso del verbo corromper, a la que Hugo Machín supo darle sabio final con un chiste de esos que le salen tan bien. Los cuestionamientos continuaron cuando el periodista Sergio Israel echó más leña al fuego al manifestarle que el error era aun más grave pensando que se trataba de un funcionario de un gobierno frenteamplista solicitando la reincorporación de una periodista que criticaba a un partido de la oposición. Acorralado por los cuatro costados, Bleier terminó admitiendo que "probablemente" había sido "un error", aunque reiteró haberlo hecho "con la mejor de las intenciones".

No se puede negar que la intención es loable, aunque errada. Casos como ese deberían ser inmediatamente trasladados a la Asociación de la Prensa Uruguaya (sobre la cual Bleier prefirió no hacer declaraciones) o hacerlos públicos para evitar suspicacias. Es de suponer que haya cometido el error por su inexperiencia en un cargo asumido 9 meses atrás aunque siendo asesor de comunicación de un presidente que ha sabido identificar públicamente a los medios "opositores" con nombre y apellido, debería medir un poco más el alcance de sus decisiones.

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